lunes, 2 de diciembre de 2024

LA HORA DEL DESTINO

 

Leo la que creo es la cuarta entrega de la biografía novelada que Antonio Scurati ha escrito sobre la vida de Benito Mussolini, titulada La hora del destino. En esta ocasión, el período que abarca el libro va desde el verano de 1940, con la entrada de Italia en la guerra, hasta julio de 1943, siendo el último hecho referido la detención de Mussolini y su puesta bajo arresto el mismo día que el rey le destituye como jefe de gobierno y lo sustituye por el mariscal Badoglio.

Es evidente que Mussolini no tenía ni idea del potencial real del ejército italiano. El ridículo que hacen es espantoso. En el norte de Italia, un ejército como el inglés que no pasaba por su mejor momento les hace replegarse en 1940 hacia Túnez a través de la costa libia, librándose batallas en las que los soldados capturados se cuentan por millares. Peor va la cosa en Grecia, atacada en 1941 desde Albania en una campaña desastrosa, cuando el modesto ejército griego realiza un contraataque y devuelve a los italianos a sus dominios en Albania. Y la participación de Italia en el frente oriental ruso fue igualmente desastrosa, ni tenían el equipamiento adecuado, ni ninguna moral de combate en gente que luchaba a miles de kilómetros de sus casas por una causa en la que no creían. Por otra parte, los altos mandos eran negligentes, se habían bregado en guerras de bajo nivel ante las poblaciones autóctonas de Libia y Etiopía, ganando porque contaban con una superioridad absoluta militar y dedicándose a cometer algunas atrocidades que incluían el uso de armas químicas.

Mussolini está siempre impaciente y, ante los éxitos alemanes, no quiere quedarse atrás con lo que arrastra al país hacia el más completo desastre. Quiere estar junto a los alemanes en la derrota de Francia y luego, pensando que la campaña en Rusia será corta, en la derrota final de los comunistas contra los que llevaba más de veinte años luchando. Con un complejo de inferioridad ante Hitler, se embarca en la aventura de atacar en África y Grecia con un resultado desastroso y obligando a los alemanes a actuar militarmente para conquistar Grecia y llevar a las fuerzas británicas a tan solo 100 kilómetros de Alejandría. Todo ello no hace más que acentuar la dependencia de los alemanes y la pérdida de cualquier iniciativa estratégica mínimamente racional que llevara a minimizar los riesgos de meterse en semejantes empresas. Sus  encuentros con Hitler, el último el 19 de julio de 1943, son cada vez más el de alguien que despacha con su subalterno. 

El retrato personal que hace Scurati de esta época es el de un hombre que ha iniciado su declive, tanto físico como político. Próximo a los 60 años, la marcha de la guerra, muy adversa ya en 1943, y sus frecuentes problemas gástricos minan su salud, aunque siga teniendo como amante a la fiel Clara Petacci, treinta años más joven. A pesar de controlar los aparatos del Estado, no es capaz de prever el golpe de ser destituido por el Gran Consejo del Fascismo, órgano que no se convocaba desde 1939 y en el que uno de sus mayores aduladores en el pasado, Dino Grandi, introduce en el orden del día la votación para su destitución que se decide por 19 votos contra 7. Ni siquiera entonces es capaz de presagiar que, en su visita al rey al día siguiente, éste lo destituirá como jefe de gobierno.

Una parte que no conocía y que relata el libro es la actuación de los italianos en Eslovenia. Con casi todos los Balcanes controlados por los alemanes y estados satélites, a los italianos les corresponde administrar lo que ahora es Eslovenia. Las barbaridades que cometen allí, dando un trato de colonos a los eslovenos y tratando de reprimir a los partisanos, son de la misma naturaleza que las cometidas por otros ejércitos en la II Guerra Mundial.

Esperaremos a la última entrega en la que Mussolini acabó de forma más patética siendo un títere, y absoluto, de Hitler. 

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