domingo, 29 de diciembre de 2024

EL OTOÑO DE LA FAMILIA KOHAYAGAWA

 

Rodada en color en el año 1961, El otoño de la familia Kohayagawa es la penúltima película de Yasujiro Ozu y en ella encontramos ese tránsito de la sociedad japonesa desde la tradición a la occidentalización. En la primera escena, un hombre hace de celestino intentando que su cuñada, que se ha quedado viuda, considere a un amigo suyo para un nuevo matrimonio y los hombres fuman cigarrillos Marlboro, estando en la mesa un cenicero de la marca Cinzano. Poco después, en una despedida de trabajo en la que la que una de las hijas de la familia participa junto al hombre que le gusta y que se va a trabajar a Sapporo, vemos un orden tradicional de hombres y mujeres alineados a cada lado de la mesa, pero hay botellas de coca-cola y fanta, bebidas de reciente implantación en el país nipón. Por tanto, hay un retrato de un Japón que evoluciona, cosa que también se percibe por los planos de luces de neón que Ozu inserta al localizar la acción en una zona de animación nocturna.

Pero pronto estas historias de dos de las mujeres de la familia quedan como secundarias porque adquiere protagonismo el Sr. Kohayagawa, viudo, fabricante de sake y que escapa del control de sus hijos para ir a ver a una antigua amante a Kioto, que a su vez tiene una hija que se insinúa es de Kohayagawa, una chica moderna, vestida al modo occidental y a la que vienen a buscar dos chicos americanos para salir en dos momentos diferentes, otra prueba que Ozu retrata los cambios de la sociedad japonesa.  

La trama, que tiene un tono de comedia ligera, posteriormente gira en torno a dos ataques al corazón que sufrirá el patriarca de la familia. En el primero todo quedará en un susto, aunque vemos la preocupación de la familia y, en cambio, el segundo es más serio y le lleva a la muerte, pero no lo vemos al quedar en elipsis y sucede mientras está con su antigua amante. Además de solucionarse las tramas de las chicas, la viuda decide no casarse con el pretendiente y la otra chica decide ir a Sapporo al encuentro del chico del que está enamorada, no hay más acción. Pero la sencillez es siempre una virtud en Ozu. Una pareja que está en un arrozal ve un humo blanco producto de la incineración y comprueban que alguien ha fallecido como un acto de lo más natural, mientras la familia adopta una postura más bien relajada durante el velatorio. La muerte no es vista como algo excesivamente trágico, sino como un orden natural también representado por uno de los últimos planos, un par de cuervos en unas piras funerarias.

Filmada con la habitual elegancia y sencillez de Ozu, planos largos, fijos, buscando el encuadre óptimo, con casi ningún movimiento de cámara, esa sencillez narrativa, que también alcanza a la trama, esconde en el fondo el retrato de lo que es la vida familiar y algo mucho más profundo y trascendente. Y eso narrando con un tono contenido, tanto en lo que sería la parte de comedia como en la dramática que supone la muerte de una persona. Ozu, en gran parte, rodó muchas veces la misma película y ésta es una más en su extensísima filmografía, tan brillante como muchas otras y, siendo de la última etapa, fotografiada en color.  

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