Ver una película realizada en
1937 siempre, a priori, puede dar lugar a penar que hay riesgo de ver algo
acartonado. No es el caso de Damas del teatro, dirigida por Gregory la
Cava, que contó con un gran elenco destacando Katherine Hepburn y Ginger Rogers
como protagonistas, secundadas por otro gran actor como Adolphe Menjou y, entre
los papeles secundarios, dos futuras estrellas como Lucile Ball y Ann Miller. Es
una película muy fluida, con un buen ritmo narrativo y grandes
interpretaciones.
La trama de la película gira en
torno a una pensión llamada Footlight Club, en las que viven una serie de
chicas jóvenes aspirantes a consolidarse como actrices en Broadway. Terry
Randall (Hepburn) es la hija de un acaudalado empresario que quiere triunfar en
el mundo del teatro sin ayuda paterna. Tendrá roces con la compañera de
habitación que le toca, una chica llamada Jean Maitland (Rogers), que tiene un
carácter un tanto avinagrado pero también pícaro, dispuesta siempre a dar
réplicas bordes y a quien le hace poca gracia la llegada de Hepburn a la casa. Menjou
interpreta al productor teatral Anthony Powell que se fijará primero en Jean pero,
posteriormente, por influencia del padre de Terry y sin que ésta lo sepa, le
dará a ella un papel en una importante producción.
Es una película que combina perfectamente
comedia y drama. Así como en los años 80 hicieron la película Fama de
Alan Parker, y también una serie de televisión que todos vimos en la época del
canal único, aquí también el mensaje sería el mismo: la fama cuesta, muchas
aspirantes se quedan por el camino, entre las cuales una de ellas que se
suicida al final de la película. Esta aspirante a actriz, interpretada por
Andrea Leeds, lleva un año sin trabajar y representa la frustración y la gente
que se queda en el camino del sueño de ser actriz. Por ello, la película
transita muy bien entre escenas de comedia que funcionan muy bien, en especial
cuando está la mordaz Rogers con diálogos muy bien escritos, combinadas con una
parte dramática con la que acaba la película en una interpretación de Hepburn
en el teatro consagrándose como actriz y actuando mientras se ha producido la
tragedia del suicidio de su compañera, a la que al final de su actuación rinde homenaje. Porque, al final de la película, y al
margen de roces anteriores, triunfa el compañerismo como actitud vital en un
espacio inicialmente competitivo.
Buena película de la época más clásica del cine americano.
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