A pesar de que una tía plasta se excede 20 minutos hablando en una mezcla de catalán y castellano introduciendo la película en la Filmoteca, cuando por fin empieza El silencio del mar (1947) podemos ver la opera prima de Jean Pierre Melville y descubrir la fuerte personalidad de este director. No se puede explicar de otra manera que teniendo una gran personalidad el realizar una primera película prácticamente sin diálogos, con la voz en off de uno de los protagonistas y los soliloquios que efectúa otro.
La historia es sencilla y la
trama, desarrollada en la Francia ocupada, se concentra en un oficial de la Wermacht
que, en 1941 y cuando la Resistencia empieza a hacer acto de presencia, se
aloja en una casa donde viven un hombre ya de cierta edad junto con su sobrina.
El rechazo a los invasores hace que no le dirijan la palabra y lo ignoren, pese
a lo cual el militar germano, respetando ese modo de proceder de los franceses,
efectúa una serie de reflexiones en voz alta.
El oficial alemán no pretende
tener una situación de dominio si no de respeto y, a través de sus parlamentos,
intenta que se rompa el silencio para llegar a diálogos constructivos pero,
finalmente, solicita su traslado al frente ruso y, solo entonces, conseguirá
que el tío le diga adelante al picar la puerta y la sobrina le diga adiós antes
de que se marche.
Mientras se sucedieron los
abusos de la Wermacht en toda Europa (es verdad que en Francia menos) aquí tenemos
casi el caso contrario, un oficial culto y sensible que apela al entendimiento entre
los pueblos francés y alemán es despreciado, rechazado con un silencio que se
convierte en brutal y hace mella en su ánimo. Frente al estereotipo de soldado
alemán bruto y arrogante, tenemos aquí a un oficial culto, sereno y respetuoso.
La virtud de Melville es, con
este planteamiento que recoge una novela muy popular en Francia de Vercors,
conseguir filmar de una manera en ese ambiente claustrofóbico de la habitación,
incidiendo en los detalles que acompañan la actuación de los personajes, para
meternos poco a poco en la historia que va creciendo de menos a más. Melville
realiza una planificación austera, con esa exposición de detalles como las
manos de la sobrina haciendo punto, para mostrar a unos franceses como esfinges
y un oficial alemán con una extraña nobleza que debió ser muy infrecuente en ese
ejército. Una incomunicación entre los protagonistas que representa esa falta
de entendimiento entre los pueblos de una y otra nación, arrastrados a los
horrores de la guerra.
El oficial alemán fue interpretado
por Howard Vernon, actor que trabajó con directores importantes, como Lang o Godard,
aunque acabó haciendo más de treinta películas con Jesús Franco, con el que
estuvo desde las primeras películas sobre el siniestro Dr. Orloff a principios de
los sesenta. El papel del tío fue interpretado por Jean-Marie Robain y el de la
sobrina por Nicole Stephane.
Muy buen debut de un Melville
al que ahora se asocia sobre todo con el género policíaco.
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