Río sin retorna (1954) es
un western que dirigió Otto Preminger con una pareja auténticamente explosiva:
Robert Mitchum y Marilyn Monroe. Con munición de ese calibre, se podía esperar
una película memorable y, aunque la película está bien, no se llega ni mucho
menos a la excelencia.
Mitchum es Matt Calder, un
expresidiario que mató a un hombre por la espalda para salvar a un amigo y,
debido a su estancia en prisión, perdió el contacto con su hijo de nueve años
que ahora espera retomar, retirándose con el niño a una granja. Monroe es Kay,
cantante de saloon, amiga del niño en el poblado minero donde empieza la acción
y enamorada de un jugador de póker llamado Weston, un perdedor que ha
conseguido una mina de oro de manera turbia y quiere ir a la ciudad
apresuradamente para registrarla. Kay y Weston van en una balsa y Calder les
salva de morir en el río cuando la embarcación pasa junto a su granja. Pero
Weston roba el fúsil y caballo de Calder, dice que volverá para buscar a Kay y
parte hacia la ciudad. Acosados por los indios en la granja y estando
desarmados, Calder, Kay y el chico tienen que llegar a la ciudad de manera muy
arriesgada utilizando la balsa, sorteando los rápidos del río, los ataques
indios, las fieras del bosque y el acoso de un par de tipos que son los
verdaderos dueños de la mina. Llegados a la ciudad, Kay comprueba que Weston es
irredimible y se dispone a matar a Calder, que está desarmado, apareciendo
entonces su hijo para hacer lo mismo que hiciera su padre años atrás.
Monroe está muy bien en la
película con una desbordante sensualidad en sus números musicales,
interpretando alguna de sus mejores en canciones en pantalla, y convincente
como actriz dramática. Y Mitchum está,
como siempre, solvente. En cambio, el guion es demasiado simple, ofrece pocos
alicientes y lastra un tanto la película. El personaje del malo tiene poca
entidad y, a pesar de tener a Mitchum y Monroe, la película se queda corta para
explicar su enamoramiento que da pie al final a la entrada de Mitchum en el
saloon para, en una escena que ahora sería juzgada políticamente incorrecta, sacar
a Monroe del establecimiento sobre sus espaldas para subirla al carro donde
espera el chico. La mejor escena entre ellos es cuando Monroe ha quedado
empapada con riesgo de congelación y Mitchum le aplica un masaje por la espalda
y las piernas. Pero la sensación es que a la película le falta algo, tanto en
las escenas entre los protagonistas como a la historia, para poder hablar de una gran
película.
En cualquier caso, un buen
entretenimiento.
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