martes, 18 de junio de 2024

RÍO SIN RETORNO

 

Río sin retorna (1954) es un western que dirigió Otto Preminger con una pareja auténticamente explosiva: Robert Mitchum y Marilyn Monroe. Con munición de ese calibre, se podía esperar una película memorable y, aunque la película está bien, no se llega ni mucho menos a la excelencia.

Mitchum es Matt Calder, un expresidiario que mató a un hombre por la espalda para salvar a un amigo y, debido a su estancia en prisión, perdió el contacto con su hijo de nueve años que ahora espera retomar, retirándose con el niño a una granja. Monroe es Kay, cantante de saloon, amiga del niño en el poblado minero donde empieza la acción y enamorada de un jugador de póker llamado Weston, un perdedor que ha conseguido una mina de oro de manera turbia y quiere ir a la ciudad apresuradamente para registrarla. Kay y Weston van en una balsa y Calder les salva de morir en el río cuando la embarcación pasa junto a su granja. Pero Weston roba el fúsil y caballo de Calder, dice que volverá para buscar a Kay y parte hacia la ciudad. Acosados por los indios en la granja y estando desarmados, Calder, Kay y el chico tienen que llegar a la ciudad de manera muy arriesgada utilizando la balsa, sorteando los rápidos del río, los ataques indios, las fieras del bosque y el acoso de un par de tipos que son los verdaderos dueños de la mina. Llegados a la ciudad, Kay comprueba que Weston es irredimible y se dispone a matar a Calder, que está desarmado, apareciendo entonces su hijo para hacer lo mismo que hiciera su padre años atrás.

Monroe está muy bien en la película con una desbordante sensualidad en sus números musicales, interpretando alguna de sus mejores en canciones en pantalla, y convincente como actriz dramática.  Y Mitchum está, como siempre, solvente. En cambio, el guion es demasiado simple, ofrece pocos alicientes y lastra un tanto la película. El personaje del malo tiene poca entidad y, a pesar de tener a Mitchum y Monroe, la película se queda corta para explicar su enamoramiento que da pie al final a la entrada de Mitchum en el saloon para, en una escena que ahora sería juzgada políticamente incorrecta, sacar a Monroe del establecimiento sobre sus espaldas para subirla al carro donde espera el chico. La mejor escena entre ellos es cuando Monroe ha quedado empapada con riesgo de congelación y Mitchum le aplica un masaje por la espalda y las piernas. Pero la sensación es que a la película le falta algo, tanto en las escenas entre los protagonistas como a la historia, para poder hablar de una gran película.

En cualquier caso, un buen entretenimiento. 

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