Ha tardado casi treinta años
Juan Manuel De Prada en retomar las aventuras de Fernando Navales, el antihéroe
protagonista de Las máscaras del héroe, pero la espera ha valido la pena
y Mil ojos esconde la noche es una obra sobresaliente que me provoca las
ganas de volver a leer la primera parte pues casi tres décadas es mucho tiempo
y mis recuerdos se difuminan. Mil ojos esconde la noche se divide en dos
novelas, la recientemente publicada La ciudad sin luz, que ahora he
terminado, y Cárcel de tinieblas, que parece estará en las librerías a
finales de este año. Así que esperamos aparezca pronto.
Si en Las máscaras del héroe
se contaban las aventuras de Navales, junto a la bohemia madrileña de las primeras
décadas del siglo XX, hasta el estallido de la Guerra Civil, en esta nueva
novela se explica su estancia en París desde el año 1940 a 1944. Por tanto,
quedaría por escribir la historia del personaje durante la guerra civil. De
Prada no descarta escribir una novela que completaría todos los años de las
aventuras del personaje, pero también cree que, tal como está el panorama en
España, podría acabar en la cárcel.
La acción empieza con Navales
en París unas semanas antes de la entrada de los alemanes en París. El prólogo
es una carta, fechada el 5 de junio de 1940, de Pedro Urraca, agregado policial
de la Embajada española en París, al Conde de Mayalde, Director General de
Seguridad. En esa misiva, Urraca da cuenta de la necesidad de atraer a un grupo
de exiliados españoles en París, mayormente artistas, a la causa nacional por
razones propagandísticas y como, al pensar en una persona zalamera y sin
escrúpulos, ha dado con Navales, hasta entonces un oscuro periodista adscrito a
la Delegación de Falange en París y dedicado a labores subalternas.
Así, un Navales que sigue
teniendo presente a Pedro Luis de Gálvez en sus pesadillas, encuentra su gran oportunidad
al aceptar el encargo de atraer y buscar colaboración para las actividades de
Falange de un grupo de exiliados españoles que pasan penurias en la ciudad
ocupada por los alemanes. Al menos durante estos dos años que abarca esta
primera parte de la novela, coincidentes con el auge del poderío militar
germano, Navales se convierte en un hombre poderoso, capaz de conseguir visados
o salvoconductos, lo que le permite mediar, chantajear y manipular a parte de
la colonia española en la capital parisina. Escribe regularmente en Arriba, con
todo lo que ello implicaba al hablar bien o mal de alguien, y también como
crítico de arte, pero aquí utilizando a un negro, Sebastián Gasch, un miembro
de la colonia catalana en París a los que Navales dedica especial atención. Y
tiene buenas relaciones con los alemanes de los que también obtiene marcos a
cambio de hacer labores de espionaje.
De Prada ha manifestado haber
realizado una brutal labor de documentación en muchísimos archivos y, por
tanto, su novela, aun siendo ficción, contiene mucha verdad cuando habla de
personajes históricos como Gregorio Marañón, Cesar González Ruano, Serrano
Suñer o Pablo Picasso. Por ejemplo, es verdad que un Marañón que buscaba a toda
costa reconciliarse con el régimen franquista vio aparecer en 1942 un escrito
atribuido falsamente a él y que le perjudicaba. El hecho es cierto y, en la
novela, es el desalmado Navales quien efectúa la infame tarea.
Por otro lado, la percepción de
Navales es que Francia se rinde sin oponer una seria oposición militar, sobre
todo dada la importancia de su ejército, convive relativamente cómoda con los
alemanes (el primer atentado contra un soldado alemán en la zona ocupada es
posterior a la declaración de guerra de Hitler a la URSS) y el antisemitismo
también existía en la sociedad francesa y Vichy legisló en ese sentido.
De Navales se podrían decir
toda una serie epítetos desfavorables: malvado, vil, indeseable, cretino,
miserable, … pero es, sobre todo y porque él mismo lo dice con frecuencia a lo
largo de la novela, un resentido. No deja de ser, a pesar de su aguda lucidez,
un personaje de baja categoría en el entramado de los círculos de poder
franquistas, necesitando siempre a un padrino al que servir. Y muestra su
desprecio por casi todos los personajes que aparecen en la novela, como por
ejemplo respecto de Picasso al que llama pintamonas. Solamente con Ana María
Martínez Sagi, personaje tan importante en la literatura de De Prada, tiene un
comportamiento distinto, de empatía y avergonzamiento de sus actividades.
De Prada escribe con su
acostumbrada prosa exuberante, sin dejar que una página carezca de interés y
arrastrando al lector al ansía de saber qué pasará en la segunda parte de la
novela.
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