Veo una nueva película de Aki
Kaurismaki titulada La chica de la fábrica de cerillas (1990), otra
muestra del cine del director finés, cortante, seco, minimalista pero lleno de
emotividad que hace sentir empatía respecto a un personaje desgraciado, una
chica obrera a la que la vida no le pone más que adversidades.
Iris es una chica de unos 30 años, trabajadora
en una fábrica de cerillas que lleva una vida triste. Vive con su madre y su
pareja, sin existir comunicación entre ellos, vemos como conviven en silencio,
Iris prepara la cena y oyen las noticias, todas negativas: la represión en
Tiennamen, la muerte del Ayatollah Jomeini y un importante accidente ferroviario
en Ufa con decenas de muertos, sucesos acaecidos en junio de 1989.
Fuera de su casa, vemos que lee
novelas románticas en el tranvía y que se arregla para ir a una sala de fiestas
muy cutre, con una orquesta en directo a tono con el local, y sus intentos de
encontrar pareja son frustrantes. No obstante, un día puede ligar y acostarse
con un hombre, Aarne, que solo quiere pasar un rato con ella. Iris insiste y
lleva a Aarne a su casa a presentarle a su madre y padrastro, pero definitivamente
después, durante la cena, el hombre le dice que no quiere saber nada de ella.
Iris descubre que está embarazada,
se lo comunica por carta a Aarne esperando se involucre en el embarazo y recibe
un sobre con la frase “deshazte del renacuajo” y un cheque bancario. No hará
falta eso porque sufre un accidente de tráfico, pierde el hijo y se traslada a
vivir con su hermano. Pero su situación es tan angustiosa que, desesperada, va
a una droguería y compra matarratas. Con la excusa que va a despedirse de
Aarne, y en un momento que éste no mira pues ha ido a buscar hielo, le pone el
veneno en la copa. Hace lo mismo con otro ligue ocasional que ha hecho en un bar
y que no tiene ninguna culpa de sus problemas; y agota las existencias del
veneno visitando a su madre y pareja, vertiendo el contenido en la jarra del
agua antes de comer. Finalmente, la policía se presenta en su trabajo y la
detiene.
Con un metraje que no llega a
70 minutos, es una de las películas más radicales del estilo del director
finés. Prácticamente no hay diálogos en la película y, cuando los hay, los personajes
no intercambian más de cuatro o cinco frases. La primera línea de diálogo de un
personaje (sí se han oído las noticias, así como una canción de la orquesta
cutre de la sala de fiestas) no se oye hasta el minuto 15 y es en la situación que
ella ha comprado un vestido para salir y su padrastro la llama puta y la madre
dice que lo devuelva. En definitiva, es una película muda, aunque la banda
sonora, como siempre, es cuidada y variada, de rock a Tchaikovski, pero echando
de menos, en esta ocasión, a Gardel.
Como siempre en Kaurismaki, los
personajes actúan de manera inexpresiva salvo en una escena en que Iris va al
cine y se oyen unos diálogos en inglés, las voces de Bogart y Bacall, probablemente
en Tener y no tener, aunque esto no lo pude confirmar, y aquí sí que la
chica se emociona y llora.
En las películas de Kaurismaki
siempre hay espacio para el sentido del humor, aunque aquí sea muy negro y, sobre
todo, se da cuando va repartiendo el veneno que lleva en la botella en la que
ha vertido el matarratas.
Hay películas posteriores de
Karurismaki con guiones más elaborados, con más matices e interesantes como El
otro lado de la esperanza, pero en esta película se muestra la esencia de
cómo entiende el cine el director finés y, por ejemplo, la escena del accidente
es modélica, Iris está caminando por la acera, sale de campo y suena un
frenazo. Ya sabemos que ese embarazo ha acabado.
Así, pues, disfruto mucho como
espectador de otra película de Kaurismaki.
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