miércoles, 29 de mayo de 2024

JUEGOS PROHIBIDOS

 

Juegos prohibidos (1952) es una de las primeras películas de René Clement y de las más aclamadas, ya que ganó el León de Oro de Venecia y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Realmente, es una película conmovedora con dos actores infantiles como protagonistas: Georges Poujouly y Brigitte Fosey.

El inicio de la película es sobresaliente. Una columna de refugiados avanza hacia el sur de Francia en junio de 1940 cuando son atacados por una escuadrilla de Stukas. En medio del ataque, una niña de 5 años sigue a su perrito que se ha escapado de la zona más o menos segura en que se ha parapetado la familia. Sus padres la siguen y, acercándose un avión, se tiran todos al suelo y una ráfaga de metralla los alcanza muriendo en el acto junto al perrito. Es un inicio muy duro con unas escenas bélicas muy bien filmadas.

La niña vaga errante, con el cadáver del perrito en los brazos, en medio del caos tras el raid aéreo hasta que se encuentra con Michel, un chico de once años que la lleva con su familia. Allí es más o menos bien recibida, quedándose un tiempo con la familia. Hay un primer contraste entre la niña, proveniente de un ambiente urbano más refinado, y la familia que vive en la campiña francesa y son gente muy rústica que, además, están enfrentados a la familia que vive delante de ellos.

La pareja protagonista hace muy buenas migas, Michel protege a Paulette, llamada así provisionalmente por la familia pues no se sabe su verdadera identidad. Se contrapone tanto la inocencia de la niñez frente a un escenario brutal bélico, como frente a la tosquedad y mediocridad de unas familias enfrentadas por cuestiones absurdas y que no saben vivir en paz.

La inocencia de los niños los lleva a robar unas cruces para hacer un pequeño camposanto en un molino donde tienen enterrados a bichos y animales pequeños, imitando el hecho de poner cruces en las tumbas de las personas. Eso llevará a que agudice entre las dos familias campesinas la absurda rivalidad que tienen al acusarse de robar las cruces.

Se presentan unos gendarmes para llevarse a la niña. Michel le dice a su padre que le dirá dónde están las cruces si Paulette se queda con ellos. Pero, una vez él ha cumplido, la niña es entregada a los gendarmes  y Michel va al molino tirando las cruces al río.

El horror de la guerra vuelve en la última escena en forma de secuencia en un punto de encuentro de la Cruz Roja, atestado de refugiados, reinando un caos absoluto y con Paulette gritando desesperada el nombre de Michel. Una última escena también sobrecogedora. La brutalidad de la guerra aparece de forma contundente en el inicio y fin de la película, sin concesiones para vislumbrar una salida que no esté exenta de sufrimiento para la pequeña protagonista.

Es una película con momentos muy dramáticos que son acompañados por una banda sonora espléndida, únicamente con la participación de la guitarra de Narciso Yepes e incluyendo la tradicional Romanza española. La música, junto con la fotografía de Robert Julliard, el director de fotografía de Alemania, año cero, crea una atmosfera de gran lirismo en medio de esa tragedia vista con ojos infantiles.

Gran película.

  

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