Juegos prohibidos (1952) es
una de las primeras películas de René Clement y de las más aclamadas, ya que
ganó el León de Oro de Venecia y el Oscar a la mejor película de habla no
inglesa. Realmente, es una película conmovedora con dos actores infantiles como
protagonistas: Georges Poujouly y Brigitte Fosey.
El inicio de la película es
sobresaliente. Una columna de refugiados avanza hacia el sur de Francia en
junio de 1940 cuando son atacados por una escuadrilla de Stukas. En medio del
ataque, una niña de 5 años sigue a su perrito que se ha escapado de la zona más
o menos segura en que se ha parapetado la familia. Sus padres la siguen y,
acercándose un avión, se tiran todos al suelo y una ráfaga de metralla los alcanza
muriendo en el acto junto al perrito. Es un inicio muy duro con unas escenas
bélicas muy bien filmadas.
La niña vaga errante, con el
cadáver del perrito en los brazos, en medio del caos tras el raid aéreo hasta
que se encuentra con Michel, un chico de once años que la lleva con su familia.
Allí es más o menos bien recibida, quedándose un tiempo con la familia. Hay un
primer contraste entre la niña, proveniente de un ambiente urbano más refinado,
y la familia que vive en la campiña francesa y son gente muy rústica que,
además, están enfrentados a la familia que vive delante de ellos.
La pareja protagonista hace muy
buenas migas, Michel protege a Paulette, llamada así provisionalmente por la
familia pues no se sabe su verdadera identidad. Se contrapone tanto la inocencia
de la niñez frente a un escenario brutal bélico, como frente a la tosquedad y
mediocridad de unas familias enfrentadas por cuestiones absurdas y que no saben
vivir en paz.
La inocencia de los niños los lleva
a robar unas cruces para hacer un pequeño camposanto en un molino donde tienen
enterrados a bichos y animales pequeños, imitando el hecho de poner cruces en
las tumbas de las personas. Eso llevará a que agudice entre las dos familias
campesinas la absurda rivalidad que tienen al acusarse de robar las cruces.
Se presentan unos gendarmes
para llevarse a la niña. Michel le dice a su padre que le dirá dónde están las
cruces si Paulette se queda con ellos. Pero, una vez él ha cumplido, la niña es entregada a los gendarmes y Michel va al molino tirando las cruces al río.
El horror de la guerra vuelve
en la última escena en forma de secuencia en un punto de encuentro de la Cruz
Roja, atestado de refugiados, reinando un caos absoluto y con Paulette gritando
desesperada el nombre de Michel. Una última escena también sobrecogedora. La brutalidad
de la guerra aparece de forma contundente en el inicio y fin de la película,
sin concesiones para vislumbrar una salida que no esté exenta de sufrimiento
para la pequeña protagonista.
Es una película con momentos muy
dramáticos que son acompañados por una banda sonora espléndida, únicamente con
la participación de la guitarra de Narciso Yepes e incluyendo la tradicional
Romanza española. La música, junto con la fotografía de Robert Julliard, el
director de fotografía de Alemania, año cero, crea una atmosfera de gran
lirismo en medio de esa tragedia vista con ojos infantiles.
Gran película.
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