Sigo con el libro de Alberto
Crespi y leo el capítulo dedicado al período que califica como “del mágico 89
al berlusconismo”, escogiendo para ilustrarlo El caimán de Nani Moretti.
De hecho, es un período en el
que habla de otras películas de Moretti: Palombella rossa (1989), sobre un dirigente
del PCI que pierde la memoria tras un accidente; el mediometraje La cosa
(1990), en el que rueda una serie de mitins del PCI; y Abril (1998), con
aquella escena ya mítica de Moretti interpelando a la pantalla televisiva para
que D’Alema dijera algo de izquierdas en su debate con Berlusconi. Crespi
explica estos filmes a la luz de los sucesos acaecidos tras la caída del muro, con
un debate en el que la izquierda se ha de resituar, en Italia el PCI acaba
cambiando de nombre y Moretti se muestra activo con sus películas, así como en
las presentaciones en festivales y entrevistas, sobre sus puntos de vista en relación a la deriva de la izquierda.
Y en 2006 rueda El caimán, que
toma como protagonista la figura de Silvio Berlusconi. Como pasa en
otros filmes de Moretti, hay varias películas dentro de El caimán y así
lo señala Crespi.
Por un lado, tenemos a un
productor llamado Bruno que está en crisis laboral, con dificultades financieras
y problemas que hacen inviable su proyecto de llevar a cabo una película sobre
Cristóbal Colón. A través de una joven directora llamada Teresa, le llegara un
guion de El caimán, fijándose primero en él porque le gusta el título. Luego
está la parte más melodramática de la película que es la crisis conyugal de
Bruno con su mujer Paola, tras varios años de matrimonio y teniendo dos hijos
de corta edad.
Y una última parte es la producción
en sí de la película sobre Berlusconi. Cuando Bruno se entera, mientras va
conduciendo y según le cuenta Teresa, que el guion trata sobre la vida del
magnate italiano se sobresalta al punto que tiene un pequeño accidente al chocar
con un coche aparcado y dice que incluso él lo ha votado. Pero el proyecto, aunque con dificultades como
que un actor renuncie al papel después de haberlo aceptado, tirará hacia adelante
y, mientras se desarrolla la crisis matrimonial, el rodaje de El caimán tomará
forma y la película acaba con Moretti interpretando a Berlusconi, sin
caracterizarse como el político empresario, pero sí utilizando sus discursos.
Silvio Orlando interpreta al
productor Bruno y lo caracteriza como un hombre histriónico y dubitativo, aunque
voluntarioso en su trabajo, prestando su comicidad a la película que tiene momentos
divertidos, como en las escenas que comparte con sus hijos. Pero también hay
escenas con carga melodramática a propósito de la separación que creo están
bien filmadas por Moretti, como aquella en la que Bruno destroza un suéter de
su mujer después que la ha visto con otro hombre en un restaurante. Bruno es un
hombre que se descompone al igual que, según Moretti, le pasa a Italia con el
gobierno de Berlusconi.
La película mezcla bien el equilibrio entre
comedia y drama para, finalmente, darle más contenido político. Si bien ese
contenido ha ido apareciendo en la película con inclusión de debates
televisivos o intervenciones en el Parlamento Europeo del propio Berlusconi, tiene
lugar en las últimas escenas un simulacro de juicio a Berlusconi con éste
exponiendo su ideario político (que incluye constantes exaltaciones a la idea
de democracia con la que, de manera cínica se identifica) ante las acusaciones de una fiscal, haciendo gala de un
desvergonzado victimismo y su posterior salida del Tribunal con una masa de
gente que le apoya.
Vista casi 20 años después de
su estreno, yo diría que Berlusconi ha ganado. Si Berlusconi empezó a moldear
la vida de los italianos con sus canales de televisión en los años 80 (como
Crespi dice que denuncia Fellini en Ginger y Fred), su acción política
basada en el populismo, victimismo y demagogia siguen vigentes en Italia siendo
muestra de ello que una exministra de su gobierno como Meloni sea ahora la jefa
del ejecutivo italiano, mientras que a él se le preparó un funeral de estado cuando
murió en 2023 y pudimos ver el rostro compungido de Meloni en la catedral de Milán.
Además, el berlusconismo ha
traspasado fronteras. Tenemos estos días a un presidente que se está pensando
si dimite por los ataques a su mujer traducidos en artículos de prensa que
informan sobre presuntos delitos de tráfico de influencias y que han dado lugar
a la admisión a trámite de querellas presentadas por asociaciones de
ultraderecha, con grandes posibilidades que tengan poco recorrido y sean
archivadas. Aunque la judicatura española no sea en muchos de sus miembros un
ejemplo de honestidad, y puedan haberse dado casos de law fare, la reacción de Sánchez ha sido
desmedida y berlusconiana, ha apelado al victimismo (como lo hacía Berlusconi
cuando se le investigaba por fraude fiscal o que hubiera menores de edad en sus fiestas
bunga-bunga) sin dar ninguna explicación sobre hechos que, como mínimo,
demostrarían una falta de ética al no contemplar un conflicto de intereses en
las actividades de su mujer y se ha erigido en defensor de la democracia
polarizando y tensionando al país. Aun estando hoy ausente en la calle Ferraz,
se ha dado un baño de masas que hubiera firmado el propio caimán Berlusconi.
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