sábado, 27 de abril de 2024

EL CAIMÁN

 

Sigo con el libro de Alberto Crespi y leo el capítulo dedicado al período que califica como “del mágico 89 al berlusconismo”, escogiendo para ilustrarlo El caimán de Nani Moretti.

De hecho, es un período en el que habla de otras películas de Moretti: Palombella rossa (1989), sobre un dirigente del PCI que pierde la memoria tras un accidente; el mediometraje La cosa (1990), en el que rueda una serie de mitins del PCI; y Abril (1998), con aquella escena ya mítica de Moretti interpelando a la pantalla televisiva para que D’Alema dijera algo de izquierdas en su debate con Berlusconi. Crespi explica estos filmes a la luz de los sucesos acaecidos tras la caída del muro, con un debate en el que la izquierda se ha de resituar, en Italia el PCI acaba cambiando de nombre y Moretti se muestra activo con sus películas, así como en las presentaciones en festivales y entrevistas, sobre sus puntos de vista en relación a la deriva de la izquierda.

Y en 2006 rueda El caimán, que toma como protagonista la figura de Silvio Berlusconi. Como pasa en otros filmes de Moretti, hay varias películas dentro de El caimán y así lo señala Crespi.

Por un lado, tenemos a un productor llamado Bruno que está en crisis laboral, con dificultades financieras y problemas que hacen inviable su proyecto de llevar a cabo una película sobre Cristóbal Colón. A través de una joven directora llamada Teresa, le llegara un guion de El caimán, fijándose primero en él porque le gusta el título. Luego está la parte más melodramática de la película que es la crisis conyugal de Bruno con su mujer Paola, tras varios años de matrimonio y teniendo dos hijos de corta edad.  

Y una última parte es la producción en sí de la película sobre Berlusconi. Cuando Bruno se entera, mientras va conduciendo y según le cuenta Teresa, que el guion trata sobre la vida del magnate italiano se sobresalta al punto que tiene un pequeño accidente al chocar con un coche aparcado y dice que incluso él lo ha votado.  Pero el proyecto, aunque con dificultades como que un actor renuncie al papel después de haberlo aceptado, tirará hacia adelante y, mientras se desarrolla la crisis matrimonial, el rodaje de El caimán tomará forma y la película acaba con Moretti interpretando a Berlusconi, sin caracterizarse como el político empresario, pero sí utilizando sus discursos.

Silvio Orlando interpreta al productor Bruno y lo caracteriza como un hombre histriónico y dubitativo, aunque voluntarioso en su trabajo, prestando su comicidad a la película que tiene momentos divertidos, como en las escenas que comparte con sus hijos. Pero también hay escenas con carga melodramática a propósito de la separación que creo están bien filmadas por Moretti, como aquella en la que Bruno destroza un suéter de su mujer después que la ha visto con otro hombre en un restaurante. Bruno es un hombre que se descompone al igual que, según Moretti, le pasa a Italia con el gobierno de Berlusconi.  

 La película mezcla bien el equilibrio entre comedia y drama para, finalmente, darle más contenido político. Si bien ese contenido ha ido apareciendo en la película con inclusión de debates televisivos o intervenciones en el Parlamento Europeo del propio Berlusconi, tiene lugar en las últimas escenas un simulacro de juicio a Berlusconi con éste exponiendo su ideario político (que incluye constantes exaltaciones a la idea de democracia con la que, de manera cínica se identifica) ante las acusaciones de una fiscal, haciendo gala de un desvergonzado victimismo y su posterior salida del Tribunal con una masa de gente que le apoya.

Vista casi 20 años después de su estreno, yo diría que Berlusconi ha ganado. Si Berlusconi empezó a moldear la vida de los italianos con sus canales de televisión en los años 80 (como Crespi dice que denuncia Fellini en Ginger y Fred), su acción política basada en el populismo, victimismo y demagogia siguen vigentes en Italia siendo muestra de ello que una exministra de su gobierno como Meloni sea ahora la jefa del ejecutivo italiano, mientras que a él se le preparó un funeral de estado cuando murió en 2023 y pudimos ver el rostro compungido de Meloni en la catedral de Milán.

Además, el berlusconismo ha traspasado fronteras. Tenemos estos días a un presidente que se está pensando si dimite por los ataques a su mujer traducidos en artículos de prensa que informan sobre presuntos delitos de tráfico de influencias y que han dado lugar a la admisión a trámite de querellas presentadas por asociaciones de ultraderecha, con grandes posibilidades que tengan poco recorrido y sean archivadas. Aunque la judicatura española no sea en muchos de sus miembros un ejemplo de honestidad, y puedan haberse dado casos  de law fare, la reacción de Sánchez ha sido desmedida y berlusconiana, ha apelado al victimismo (como lo hacía Berlusconi cuando se le investigaba por fraude fiscal o que hubiera menores de edad en sus fiestas bunga-bunga) sin dar ninguna explicación sobre hechos que, como mínimo, demostrarían una falta de ética al no contemplar un conflicto de intereses en las actividades de su mujer y se ha erigido en defensor de la democracia polarizando y tensionando al país. Aun estando hoy ausente en la calle Ferraz, se ha dado un baño de masas que hubiera firmado el propio caimán Berlusconi.

 

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