domingo, 7 de abril de 2024

BERLIN OCCIDENTE

 

Hacía muchos años que no veía Berlín Occidente (1948) y me lo pase bien viéndola aunque, tratándose de Billy Wilder, no la situaría ni entre sus diez mejores películas.

Una pacata congresista americana (Jean Arthur) llega a Berlín en los primeros años de la ocupación de los aliados junto con otros congresistas. La misión de esta comisión del Congreso es evaluar el comportamiento de los soldados americanos, especialmente en referencia a su interacción con la población berlinesa y el estado de su moral. Al llegar a Berlín, conoce a un capitán del ejército americano (John Lund), oriundo también de Iowa, al igual que la congresista, al que le ha traído una tarta como regalo de cumpleaños que enseguida acaba en el mercado negro. El personaje de Lund, además de conocer el mercado negro, es el amante y protector de una cabaretera alemana (Marlene Dietrich) que, a su vez, aún tiene relación con un jerarca nazi al que buscan los americanos. De hecho, el personaje de Dietrich había sido una incondicional del nazismo existiendo pruebas de que llegó a conocer al mismo Hitler.

La parte de trama que da lugar a situaciones de comedia es el carácter mojigato de la congresista, que se llega a hacer pasar por una berlinesa con dos soldados americanos para experimentar como se comportan con las mujeres alemanas y luego escandalizarse; así como su empeño en conocer quién es el protector de la Dietrich sin saber que es su paisano de Iowa del cual, además, resulta que ella se está enamorando.

Creo que es una película que tiene algunos problemas. Uno es plantear una comedia en el marco de una ciudad arrasada, con muchas ruinas tal como se ve en el inicio de la película y en la que el mercado negro, donde se traficaba con cualquier cosa, revelaba una situación de miseria extrema y dramática. Eso resulta un poco chocante y descoloca un poco.

Por otro lado, yo creo que Wilder no tenía la libertad de la que disfrutó más tarde en los años 60 y su margen de maniobra en la Paramount era forzosamente limitado. Aunque el guion de Wilder y Brackett no está mal, hubiera dado más de sí abordando la capacidad de los americanos como corruptores y el grado de resistencia, en ocasiones no muy fuerte, de los alemanes como corrompidos, además de incidir en las dificultades de llevar a cabo la desnazificación de una población que, al fin y al cabo, acabó entregada mayoritariamente a Hitler hasta el final.

La película se queda a medio camino, pasa de puntillas por esos temas que insinúa pero no profundiza y los momentos de comedia que tiene, algunos propios de screwball comedy, están bien pero contrastan con la situación terrible de Berlín en aquellos años.  Si se planteaba una comedia, nada como la salvaje mordacidad de Un, dos tres, rodada en Berlín 12 años más tarde, pero también sería cuestionable si ese tono era procedente en 1948.

Un aspecto verdaderamente a remarcar de la película es la Dietrich. No creo que, desde las películas de Von Stenberg de los años 30, hubiera vuelto a brillar tanto la mítica actriz alemana hasta Berlín Occidente. Cerca ya de los cincuenta años, aparece espléndida, seductora y demostrando su extraordinario carisma y como tenía ángel con la cámara. 

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