Siguiendo con
Kaurismaki, veo Nubes pasajeras, película rodada en un ya lejano 1996.
Es la historia de
un matrimonio que no nada en la abundancia, han comprado a crédito una
biblioteca y una moderna televisión en color con mando a distancia. Pero las
cosas de complican cuando la mujer (Ilona), que trabaja como maître en un
restaurante llamado Dubrovnik, pierde su empleo ya que la propietaria lo vende;
y el marido (Lauri) es despedido de su empleo como conductor de tranvías ya que
algunas líneas han dejado de ser rentables. El despido es especialmente cruel
porque el empleador dice que ha de echar a algunos trabajadores y se juegan
quién se va a las cartas.
Parece que Lauri
encuentra un trabajo como chofer, pero es descartado al no superar el examen
médico pues tiene problemas de audición en uno de los oídos. Ilona también
encuentra trabajo, pero en un bar-restaurante en el que tiene que asumir todas
las tareas y el propietario es un tipo siniestro, que no tiene los papeles
administrativos en regla por lo que la policía se persona en el local para
clausurarlo. Al haber dejado dinero a deber a Ilona, Lauri se presentará en
casa del propietario con la intención de cobrar, pero el tipejo está con unos
amigotes, igual de siniestros o más, jugando una timba y le darán una paliza
dejándolo malherido en un muelle de Helsinki.
Hacia el final de
la película, un antiguo trabajador del Dubrovnik se encontrará con Ilona y la
convencerá que monté su propio restaurante. En principio, los bancos no quieren
prestar dinero a gente tan insolvente, sin más capital que 8.000 marcos que
Lauri ha conseguido vendiendo su coche pero, de manera providencial, Ilona se reencuentra
con la antigua propietaria del Dubrovnik, que les presta capital para la puesta
en marcha del negocio. En principio, parece que no tiene éxito pero,
finalmente, hay un cierre optimista con el restaurante lleno de gente y los
protagonistas mirando hacia las alturas desde la puerta del local. No obstante,
también aparece antes el excocinero del Dubrovnik, que encuentra a Ilona
casualmente y vemos como acaba en una clínica de desintoxicación alcohólica.
Kaurismaki ya
tenía en 1996 el estilo que le ha acompañado siempre. Como declaración de
intenciones, en un momento en que los protagonistas van al cine aparecen dos
posters de películas: El dinero de Robert Bresson y L’Atalante de
Jean Vigo.
Con diálogos
escasos y cortos, y dirigiendo a los actores para que se muestren de forma
inexpresiva, Kaurismaki lo fía todo al poder de las imágenes y consigue que nos
metamos en la historia, empaticemos con este matrimonio al que no le salen las
cosas, víctimas de una sociedad capitalista que los margina laboralmente y no
les da oportunidades de promoción al negarles el crédito los bancos, y nos
complazca que la película acabe con un halo de esperanza en esa última bonita
escena con los dos protagonistas mirando hacia el cielo.
Si el humor
aparece, como en otras películas del director finés, de forma fría y contenida;
el dramatismo aparece igualmente de forma contenida, no hace falta enfatizar
las situaciones ni sobrecargarlas, la exposición más sencilla es la que
funciona mejor. Y en eso Kaurismaki es
un maestro.
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