martes, 5 de marzo de 2024

NUBES PASAJERAS

 

Siguiendo con Kaurismaki, veo Nubes pasajeras, película rodada en un ya lejano 1996.

Es la historia de un matrimonio que no nada en la abundancia, han comprado a crédito una biblioteca y una moderna televisión en color con mando a distancia. Pero las cosas de complican cuando la mujer (Ilona), que trabaja como maître en un restaurante llamado Dubrovnik, pierde su empleo ya que la propietaria lo vende; y el marido (Lauri) es despedido de su empleo como conductor de tranvías ya que algunas líneas han dejado de ser rentables. El despido es especialmente cruel porque el empleador dice que ha de echar a algunos trabajadores y se juegan quién se va a las cartas.

Parece que Lauri encuentra un trabajo como chofer, pero es descartado al no superar el examen médico pues tiene problemas de audición en uno de los oídos. Ilona también encuentra trabajo, pero en un bar-restaurante en el que tiene que asumir todas las tareas y el propietario es un tipo siniestro, que no tiene los papeles administrativos en regla por lo que la policía se persona en el local para clausurarlo. Al haber dejado dinero a deber a Ilona, Lauri se presentará en casa del propietario con la intención de cobrar, pero el tipejo está con unos amigotes, igual de siniestros o más, jugando una timba y le darán una paliza dejándolo malherido en un muelle de Helsinki.

Hacia el final de la película, un antiguo trabajador del Dubrovnik se encontrará con Ilona y la convencerá que monté su propio restaurante. En principio, los bancos no quieren prestar dinero a gente tan insolvente, sin más capital que 8.000 marcos que Lauri ha conseguido vendiendo su coche pero, de manera providencial, Ilona se reencuentra con la antigua propietaria del Dubrovnik, que les presta capital para la puesta en marcha del negocio. En principio, parece que no tiene éxito pero, finalmente, hay un cierre optimista con el restaurante lleno de gente y los protagonistas mirando hacia las alturas desde la puerta del local. No obstante, también aparece antes el excocinero del Dubrovnik, que encuentra a Ilona casualmente y vemos como acaba en una clínica de desintoxicación alcohólica.

Kaurismaki ya tenía en 1996 el estilo que le ha acompañado siempre. Como declaración de intenciones, en un momento en que los protagonistas van al cine aparecen dos posters de películas: El dinero de Robert Bresson y L’Atalante de Jean Vigo.

Con diálogos escasos y cortos, y dirigiendo a los actores para que se muestren de forma inexpresiva, Kaurismaki lo fía todo al poder de las imágenes y consigue que nos metamos en la historia, empaticemos con este matrimonio al que no le salen las cosas, víctimas de una sociedad capitalista que los margina laboralmente y no les da oportunidades de promoción al negarles el crédito los bancos, y nos complazca que la película acabe con un halo de esperanza en esa última bonita escena con los dos protagonistas mirando hacia el cielo.

Si el humor aparece, como en otras películas del director finés, de forma fría y contenida; el dramatismo aparece igualmente de forma contenida, no hace falta enfatizar las situaciones ni sobrecargarlas, la exposición más sencilla es la que funciona mejor.  Y en eso Kaurismaki es un maestro.

 

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