domingo, 3 de marzo de 2024

LA ROSA PÚRPURA DE EL CAIRO

 

Rodada en 1985, La rosa púrpura de El Cairo me ha parecido, después de varias décadas sin verla, una de las mejores comedias de Woody Allen y en la que más claramente logró plasmar su gran talento.

A partir de la fantástica y descabellada idea que un personaje pueda salir de la pantalla de un cine e interactuar en la realidad con Cecilia, la desdichada protagonista para la cual el cine es una válvula de escape de una vida miserable causada por un marido maltratador y la realidad socioeconómica de la Gran Depresión, Allen establece un diálogo entre ficción y realidad; así como el poder del cine como el gran espectáculo de masas y evasión del siglo XX. Lo era en los años 30 en que se ambienta la película y lo seguiría siendo hasta prácticamente el final del siglo, antes que Internet y las plataformas televisivas lo hirieran de muerte y se encuentre agonizante en esta tercera década del siglo XXI.

Allen plantea una película con una excelente recreación de una ciudad de New Jersey en los años 30, una cuidada banda sonora y unas situaciones de comedia muy divertidas que no ocultan la dramática situación de Cecilia. Subyugada por un marido alcohólico, haragán, mujeriego y maltratador, Cecilia tendrá que escoger entre el personaje ficticio, el explorador Baxter, o el actor real que lo ha interpretado, Gil Sepherd; y escogerá a este último, es decir, el engaño y mentira asegurada que le vendrá impuesta por la cruda realidad frente a la fidelidad de un personaje que, en realidad, no existe.

Es una película de corto metraje, escasos 80 minutos, y es un acierto de Allen porque la película está muy bien, pero alargarla probablemente la hubiera estropeada. La idea da para hacer una estupenda película de esa duración pero, por la sencillez de la historia, hubiera pedido fuelle con más duración.

Mia Farrow, en un momento de su carrera espectacular con esas colaboraciones con Allen en los ochenta, está maravillosa en su interpretación de la sufrida, dulce, ingenua y soñadora Cecilia. Su rostro en el plano final, mientras ve a Astaire y Rogers cantando y bailando Check to Check, resulta conmovedor y da pie a un gran final de la película.

 

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