Pasaporte a la fama
(1935) es una película de Ford realizada en el momento más prolífico de su obra
por lo que se refiere al periodo sonoro. Durante los años 30 y hasta el
estallido de la II Guerra Mundial, Ford rueda unas tres películas por año,
ritmo que bajará ostensiblemente en sus dos últimas décadas como realizador.
Con tantos filmes realizados en
la década de los treinta, no creo que en muchos de ellos el argumento le
interesara especialmente y bien pudiera ser el caso de esta película. La trama gira en torno a un empleado contable
de una empresa que tiene un parecido asombroso con un famoso gánster lo cual
lleva a que, después de una inicial confusión en la que es detenido, la policía
le proporcione un salvoconducto para acreditar su verdadera identidad. El
gánster, enterado de este hecho, le abordará y exigirá que alternen el
salvoconducto, utilizándolo para seguir con su actividad criminal. Cuando el
gánster finalmente ha decidido acabar con la farsa que ya no le conviene seguir
y quiere liquidar al contable, éste lo burlará, aprovechándose de sus sicarios,
y hará que liquiden al temido delincuente mientras llega la policía para
poner orden ya que la acción es simultánea a un secuestro de la compañera de
trabajo del contable, de la cual está enamorado.
El argumento no es, pues,
apasionante. Pero la película se ve con agrado y tiene activos importantes. Uno
es el protagonista, Edward G. Robinson, asumiendo los dos roles, el del apocado
y honrado contable, y el del cruel y malvado hampón. Robinson realiza una gran
interpretación, dando vida de manera simultánea a hombres tan diferentes, y
siendo convincente tanto en uno como en otro papel. La figura de la compañera
laboral de Robinson es interpretada por Jean Arthur, una buena actriz aquí en
un papel de chica pizpireta que se le daban bastante bien.
Y el otro gran activo es Ford.
Aunque no creo que fuera un filme personal, sí se nota una cosa en la que era
un maestro y es la de mezclar drama con comedia. Hay muchas situaciones de la
película tratadas como comedia que mantienen viva y ágil la película,
dándole más alicientes al margen de una trama de no mucho interés. Y luego tenemos la competencia profesional de
Ford, filmando de manera concisa y fluida, haciendo que la película mantenga un
buen ritmo y dejando algunos detalles de su gran maestría, como la escena en
que el criminal, suplantando al contable, accede a la prisión para ejecutar a
un chivato. La manera en que Ford hace desparecer los dos personajes, y luego
vuelve a plano el gánster iluminado por la fotografía de Joseph H. August, es
una escena filmada por, tal vez, el mejor director de cine de la historia.
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