El motín del Caine es una de las últimas interpretaciones de Humphrey Bogart y
una de las mejores porque se aleja del cine negro en el que había protagonizado
la mayoría de sus películas y compone, de manera muy convincente, un personaje con
varios desórdenes mentales como para analizar en un manual de psiquiatría.
Dirigida por Edward Dimytrik, la película explica como el
alférez Seward Keith ( Robert Francis) sale de la academia naval y se incorpora
como oficial en un dragaminas en el que el capitán no impone a sus hombres la
necesaria disciplina. Otros oficiales del navío son el teniente Tom Keefer (
Fred MacMurray), un hombre con poca vocación militar que aprovecha el tiempo
libre para escribir novelas y el teniente Steve Maryk (Van Johnson), más
profesional que el primero y que es el segundo en rango jerárquico de la nave.
Los problemas vendrán cuando el capitán sea relevado por Francis Queeg (Bogart),
que impone una férrea disciplina pero
también se muestra muchas veces contradictorio, dubitativo y dando muestras de padecer algunas
enfermedades mentales como una acusada paranoia.
Mientras Keith en principio valora bien el cambio de capitán
y cree que una mayor disciplina es necesaria en el barco, Keefer enseguida empieza
a advertir que el capitán, tras algunos errores cometidos, no es un hombre sano
mentalmente y empezará a persuadir a Maryk que, en aplicación de un articulo de
las ordenanzas previsto para supuestos de incapacidad del capitán, hay que relevarlo
en el mando de la nave. Después que el capitán haya dado muestras de su locura
como hacer buscar a toda la tripulación una llave de la despensa para descubrir
quién ha robado un poco de azúcar cuando él sabe quienes han sido los culpables,
se desata una tempestad y el barco está en una situación difícil. Queeg,
inseguro y muy nervioso, empieza a dar órdenes erróneas y se obstina en no
seguir las recomendaciones de los demás oficiales que tratan de evitar que el
barco se vaya a pique. Maryk toma la decisión de relevar al capitán, con la anuencia
de Keith y ante la ausencia de Keefer que, en ese momento, no se encuentra en
el puesto de mando de la nave.
En la última parte se celebra el juicio en el que se acusa de
amotinamiento a Maryk. En principio, parece que lo tiene todo en contra
incluyendo la poca simpatía que le dispensa su abogado defensor, el teniente
Greenwald (José Ferrer). A pesar de contar con el apoyo de Keith, tres
psiquiatras han diagnosticado a Queeg no encontrando ninguna anomalía en su
estado mental y, sorprendentemente, Keefer, que ha sido el autor intelectual del
motín, cambia su posición y se pone en contra de Maryk. Con todo perdido, solo
queda el testimonio del propio capitán que, interrogado con dureza por Greenwald, no puede
soportar la presión, se viene abajo dando muestras de su mala salud mental y
eso posibilita la absolución de Maryk.
Maryk, junto con otros oficiales, celebran su exoneración de
responsabilidad y no recrimina de manera pública la traidora actitud de Keefer.
Entonces aparece Greenwald, borracho, lanzando una diatriba primero contra la
tripulación, acusándolos de no haber sabido ayudar a Queeg ni empatizar con él, y luego contra Keefer
por haber tirado la piedra y escondido la mano en el motín, sabedor que persuadiendo
a Maryk al final el capitán tendría una crisis nerviosa y se produciría el
relevo con lo que, además, tendría tema para escribir una novela. Les dice que
accedió a defender a Maryk, cosa que hizo con competencia pues su dureza interrogando
a Queeg lo desmorona, solo porque sabía que el verdadero instigador, Keefer, no
había sido procesado.
Hay tres actores que están inmensos en sus papeles. Uno es
Bogart, con el momento más recordado de la película que consiste en ese movimiento
de las canicas en su mano que refleja su gran nerviosismo. Otro es Fred
MacMurray, actor del que no he visto muchas películas pero que lo borda aquí
como un tipo miserable y cínico, de la misma forma que lo hacía en Perdición
y El apartamento. Y, como se diría en argot futbolístico, buenos minutos
de otro grande, Ferrer, en su papel de abogado defensor.
Para hilar la historia, hay una pequeña parte de melodrama con
los conflictos amorosos del joven Keith con su novia y las intromisiones de su
madre. Es una parte prescindible de la película, salvo que la novia canta el
bonito clásico I can’t believe that you’re in love with me, y
solo necesaria para introducir al personaje y asignarle como destino el
dragaminas en el que empieza lo interesante de la narración.
La película tiene muy bien guion, salvo la objeción anterior,
siendo muy intensa y entretenida. Seguramente no podía ser muy crítica con el
estamento militar, que prestó sus medios para realizar la película, pero me
quedo con aquello que tres psiquiatras del ejército califican como normal el
estado de un hombre del que hemos visto su locura y que se derrumba delante del
tribunal militar. Me temo que esto debe ser una constante en todos los ejércitos
de todas las épocas. A saber cuántos Queggs hay ahora en los ejércitos ruso, ucraniano
o israelí.
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