Cuna de héroes es el horrible título que en España se puso a The long
gray line, dirigida por John Ford en 1954. Como en el DVD que me prestan en
la biblioteca, y de manera sorprendente, lleva los subtítulos en portugués veo
que en el país vecino se tituló Uma vida inteira. Y acertaron mucho
más que los españoles con ese título porque la película es sobre todo la
biografía de un hombre, eso es lo que define el filme; si bien el título inglés
introduce un color, el gris, apropiado para definir qué clase de hombre fue Marty
Mahers, un instructor de West Point que estuvo cincuenta años sin salir
prácticamente de la institución, no pasó del grado de sargento y no disparó un
solo tiro contra el enemigo.
Pero Ford, en esta y otras películas, nos cuenta la historia
de los Estados Unidos. Y, de la misma manera que el senador Ransom Stoddard
necesita de la ayuda de un hombre como Tom Doniphon, al cual nadie recuerda
pese a ser decisivo en la posterior acción política del primero; también los
Eissenhower, Bradley o Mac Arthur necesitaron que les instruyese un personaje
como Mahers, que no pasará a la historia como sus distinguidos alumnos pero que
es parte de ella también.
No es de las películas que, en los años 80 que debió ser
cuando la vi por vez primera, me llamara la atención. Devoto de Centauros
del desierto, El hombre que mató a Liberty Valance o Las
uvas de la ira, no veía nada destacable en un biopic de un sargento de West
Point, protagonizado por un actor como Tyrone Power que nunca me ha gustado
especialmente y, además, siendo un filme con muy poca acción. Hay películas que
es mejor dejarlas madurar, y no es lo mismo ver la biografía de este hombre
gris y vulgar con menos de treinta años
que habiendo pasado con holgura los cincuenta. Ford tenía justo 60 años cuando realiza este
film y cabe suponer empezaba también a hacer balance de su vida y, justo diría
que a partir de esta película, empieza a hacer un cine más amargo y pesimista
hasta su final como realizador en Siete Mujeres.
Martin Mahers me ha recordado al George Bailey de Qué
bello es vivir. Al igual que Bailey quería abandonar Bedfard Falls, Martin querrá abandonar West Point en más de una ocasión
per acabará reenganchándose siempre al servicio. Pensará abandonar la
institución para irse con su hermano, que ha hecho fortuna, a Nueva York pero
renunciará al quedar embarazada su mujer. Luego manifestará su intención de ir
a luchar a Europa durante la I Guerra Mundial, pero su superior le convencerá
que su lugar está en West Point instruyendo a los nuevos cadetes. Como Bailey,
no está donde quisiera, pero sí en el sitio en que mejor ha podido servir a la
sociedad.
Ford lleva de manera magistral la película utilizando comedia
y melodrama para contar la historia. En la primera parte de la película, desde
que Martin llega a la Academia hasta que su hijo muere pocas horas después de
nacer, la historia está contada en clave de comedia, con momentos incluso de
slapstick. El tono de comedia acompaña
mejor a la vitalidad de este Martin que es joven en sus primeros pasos en la
Academia y, más tarde, con su enamoramiento del personaje de Mauren O'Hara, que
se describe con unas escenas cómicas muy bien filmadas. En cambio, a partir de
la muerte de su hijo, y quedando su mujer imposibilitada para tener más hijos, la
película pasa a tener un tono sombrío con las desgracias que le pasan al
personaje y luego, al final, predomina la nostalgia. Ford ya mezcló
posteriormente estos géneros en otro biopic, Escrito bajo el sol, y en
las dos el resultado es espléndido.
Para desmentir a los que ven ésta y otras películas de Ford
en clave militarista, hay que remarcar una de las mejores escenas de la
película cuando se conoce en la Academia que la I Guerra Mundial ha terminado
y, ante el alborozo generalizado, la prioridad para Martin es llegar a casa y coger
el álbum para poner un crespón en las páginas de aquellos soldados, en este
caso los últimos, muertos en el conflicto.
Otra escena muy emotiva es la muerte de Mauren O’Hara,
aprovechando el Scope para situarla al fondo de un plano en el que está en una
mecedora y Martin ve, desde la distancia, como el brazo de su mujer pierde
fuerza y queda colgando sin fuerza mientras expira.
A pesar de contar con la magnífica O’Hara y otros miembros de
su troupe particular como Ward Bond, Donald Crisp, Harry Carey jr. … el
protagonista no era un habitual de Ford, aunque luego también hiciera La
salida de la luna. Retirado Fonda de
las pantallas de cine en aquella época, y siendo un papel que no era apropiado
para John Wayne, recayó en Tyrone Power que, aunque no creo que fuera un gran
actor, hace una interpretación correcta y no perjudica la película.
La película se explica en un largo flashback explicado por el
propio Martin que protesta ante el presidente de los Estados Unidos por no
querer jubilarse. Después de la entrevista con el presidente, Ford remata la
película con gran emotividad cuando Martin es homenajeado con un desfile de los
cadetes en su honor y su ya anciana vista cree ver a su mujer, su padre y otros
personajes importantes para él y que pertenecen al pasado.
The long gray line es una de las grandes películas de Ford, seguro está entre
las quince mejores y, probablemente, la pondría entre las diez.
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