En un antiguo almacén de la Plaça de la Olivereta, de escasos
150 metros cuadrados, inauguran un nuevo y minúsculo teatro, bautizado en honor
a la canción de Elvis como Heartbreak Hotel, con solo un aforo de 72
localidades en una grada con cinco filas de asientos, quedando la primera, en
la que nos acomodamos, al mismo nivel que el escenario (sería más propio decir
que no hay escenario, y los actores si sitúan en los más o menos tres metros
que separan la primera fila de la pared)
Vamos a ver L’home del teatre, texto del austríaco
Thomas Bernhard adaptado por Alex Rigola y con Andreu Benito de principal
intérprete.
En un ejercicio de metateatro, un actor hace parada en una
gira de teatro en el Heartbreak Hotel para interpretar una obra que ha escrito
sobre la historia de la humanidad. Benito se presenta a sí mismo como ese actor
que, si hemos de calificar su actitud a lo largo de la obra, podríamos decir de
manera coloquial que es un rebotado. Mientras espera representar la obra, se
empezará quejando de la plaza donde está el teatro, llena de cacas de perros y
en donde además le atracaron hace cuarenta años; continuará quejándose diciendo
que en el momento final de la obra se han de apagar todas las luces, incluso
las de emergencia, para que la oscuridad sea total e insistirá ante el jefe de
sala del teatro que hable con los responsables que sean del barrio de Badal
para que se produzca esa oscuridad; proseguirá explicando lo descontento que
está con su mujer e hijos que también actúan en la obra y también dirigirá sus
dardos contra el público, acusándolo de poca formación cultural para seguir su
obra. Y lanzará pullas contra el propio teatro como arte escénica, un lugar
donde todos mienten, los que han escrito los textos, los actores e, incluso,
los propios espectadores. Disparará contra todo y contra todos en una mirada no
solo crítica, sino muy ácida.
Benito resulta intencionadamente arisco y desagradable en el
desarrollo de su papel, sobre todo tanto hacia el jefe de sala como a su propio
hijo que, aunque se haga referencia a su mujer y otra hija, es el único
familiar que aparece en escena con él. Y
es un hombre engreído, ufano de sí mismo pero que hace una serie de reflexiones
de gran lucidez sobre la sociedad actual o cuestiones existenciales como lo
absurdo de la vida. Partiendo de la mentira del teatro se llega a acertadas reflexiones
sobre la situación actual, incluyendo observaciones sobre nuestro contexto
catalán, y la vacuidad de la vida con esa insistencia en que acabe la obra sin
un átomo de luz.
Acabada la obra, solo aplauden unas 25 personas porque es la
parte del aforo que se ha vendido. Ya me imagino que a los del Heartbreak Hotel
les hubiera gustado vender las 72 localidades pero, dado el tono de la obra que
infunde bastante pesimismo, está más cercano a su espíritu que no se cubriera
ni una tercera parte del aforo.
Por supuesto, gran Andreu Benito en una espléndida actuación y
gran experiencia verlo actuar a dos metros de distancia. Muy buena tarde de
teatro en Badal.
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