Raoul Walsh estaba en plena forma
cuando dirigió Los violentos años 20. En el final de la década de los 30 y al principio de
los 40 rueda varias obras maestras: Gentleman Jim, Murieron con las botas
puestas, El último refugio, Objetivo Birmania, …
Los violentos años 20
explica la historia de tres compañeros de armas en la I Guerra Mundial y lo que
les sucede durante los aproximadamente 14 años después. De forma semidocumental, una voz en off va
dando cuenta de la historia de los EEUU en esa década de los 20, sobre todo explicando
lo que supuso la ley seca en cuanto al aumento de la delincuencia organizada.
De los tres compañeros, el protagonista
es James Cagney que, si en las primeras tres cuartas partes del metraje hace
una interpretación excelente, en el último cuarto simplemente está sublime. Cagney
es un buen chico, pero no se puede readaptar a la vida civil en la posguerra,
siguiendo el tono de denuncia social de la Warner en los filmes de aquella época,
y acabará siendo un hampón importante dedicado al tráfico ilegal de alcohol. De los otros dos compañeros, uno es un
estudiante de Derecho interpretado por Jeffrey Linn y el tercero es un
individuo sin escrúpulos y retratado de forma inhumana interpretado por un Humphrey
Bogart que iba cogiendo galones (aquí es el tercero en el casting) preparándose
para el estrellato.
Cagney comete el error de enamorarse
de la chica equivocada (Priscilla Lane) a la que ayuda en su carrera de
cantante. A su vez, la chica está enamorada del compañero abogado de Cagney,
con el que no ha perdido el contacto y le presta su ayuda como asesor legal, aunque
es reticente a meterse en los negocios sucios de su amigo. En cambio, el personaje
de Bogart está desaparecido gran parte de la película, pero reaparece para
formar una sociedad con Cagney presidida por la desconfianza mutua. Tras la crisis
de 1929, y el final de la ley seca, Cagney cae prácticamente en la indigencia mientras
Linn consolida su carrera como fiscal y Bogart sigue siendo un hampón implacable
y malvado que, al querer acabar con Linn, desencadenará el final del filme con
la intervención de Cagney, todavía enamorado de Lane, y dispuesto a inmolarse
para que el matrimonio de Lane y Linn, que ya cuentan con un hijo de 4 años,
tenga una apacible y feliz vida familiar.
Walsh lo filma todo de manera
trepidante, sin dar un respiro al espectador, siempre pasa algo importante y la
trama avanza de manera fluida, apoyada por un guion en el que, de tres autores
acreditados, sobresale el nombre de Robert Rosen. Pero, a la vez, rueda con una
puesta en escena inmejorable, con multitud de detalles, esas miradas de los
personajes a través de las cuales se explica la atracción amorosa de Lane y
Linn y la ceguera de Cagney, ese vaso de leche con esa luminosidad tan acusada
que es la bebida de Cagney durante toda su película antes de su caída a los
infiernos; o esa música que empieza a sonar en el bar de la mala muerte donde
está Cagney y que provoca rectifique su inhibición inicial y se enfrente con
Bogart para proteger a sus amigos.
Para terminar, ese maravilloso
travelling de un Cagney acribillado caminando por las nevadas calles de Nueva
York hasta caer en las escaleras de una iglesia, mientras es llorado por
Panamá, la única mujer que le ha comprendido y querido, y la cámara que en otro
travelling se aleja de las escaleras antes de que aparezca el THE END de esta
obra maestra.
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