Aun a riesgo de equivocarme, mi
pronóstico es que se repetirán las elecciones en España y volveremos a las
urnas en diciembre, probablemente el 17 ya que, si ha de ser un domingo, los
días 10, 24 y 31 no parecen los más oportunos.
Una vez que ayer el PNV enterró
las remotas esperanzas de Feijoo de formar gobierno, solo cabe la posibilidad
de que Pedro Sánchez fuera investido presidente. Pero no creo que ésa sea su
intención. Por supuesto, no puede decirlo abiertamente y ha de jugar con la
idea que, como ha manifestado públicamente, la democracia encontrará una fórmula de gobernabilidad
aunque, en realidad, esté pensando en una repetición.
Sánchez ya afrontó una repetición
electoral en 2019. Eran los tiempos en que no iba a dormir tranquilo con ministros
de Podemos en el gabinete. Pero las
nuevas elecciones dejaron una situación similar a las primeras elecciones de
aquel año (los bloques no se movieron y, si hubo cambios, fue por el hundimiento
de Ciudadanos y auge de VOX), así que , al día siguiente de las segundas
elecciones, ya se abrazó a Pablo Iglesias y se formó el gobierno de coalición.
Si lo hizo una vez, lo puede volver a hacer otra.
Por eso, la negociación con Junts
va a ser un paripé. En los periódicos españoles de derechas, y en los
telediarios como el de Vicente Valles, están asustados y ya dan por hecho que Puigdemont
gobernará España, forzará la celebración de un referéndum de autodeterminación
y se decretará una amnistía. Dejando al margen que Puigdemont es un hombre
incapaz de gobernarse a sí mismo y que a veces pienso que sería más deseable
que compareciera ante un psiquiatra que ante el juez Llarena, Sánchez no puede, en el más que dudoso caso que
quisiera, ofrecer lo que no puede dar. No es legal un referéndum vinculante de
autodeterminación, no tiene sentido un referéndum consultivo que se base en el
artículo 92 de la Constitución y una amnistía es una medida excepcional para
delitos políticos, no para delitos comunes realizados por motivaciones
políticas.
Con el paripé de una supuesta
negociación frustrada, Sánchez puede encarar mejor una segunda vuelta
electoral, vendiendo la idea que él no cede a determinadas pretensiones de los
independentistas y pone líneas rojas que nunca traspasará ; y contando con que Feijoo afrontará desde una
posición mucho más débil los nuevos comicios y puede entrar en dinámica
perdedora. Es probable que Feijoo tuviera una oportunidad y la perdiera debido
a su inmensa mediocridad, enredado en las mentiras a propósito de la
revalorización de las pensiones y
escondiéndose en el debate de TVE. Para Sánchez, aunque la composición del
Congreso no cambie mucho, un pequeño baile de escaños arriba o abajo le podría
dar la posibilidad de salir investido en una segunda vuelta con más síes que nos,
como a finales del 2019.
Puigdemont también estará
contento con el paripé. Se convertirá en el único guardián de las esencias de
la patria catalana y venderá la idea que él no se rebaja a pactar por un traspaso
de Rodalies o el mantenimiento de una fantasmagórica mesa de diálogo. Mientras no se aclare su situación judicial,
seguirá viviendo ocioso en Waterloo y tendrá la atención de los medios
españoles y catalanes ( los únicos que pueden seguir a semejante mamarracho), a
la vez que desgasta a un Junqueras que, en cada aparición pública que hace, se
parece cada vez más a un retrato de San Jerónimo penitente.
Sánchez es un tahúr, un jugador
de póker capaz de desafiar al Paul Newman de El golpe o el Edward G.
Robinson de El rey del juego, y estoy seguro que jugará sus cartas para
forzar una repetición electoral que le de más opciones.
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