No me extraña que El ladrón de bicicletas fuera la película votada como la mejor de la historia en la primera votación que hizo Sight&Sound en el año 1952. Y creo que setenta años después, y con la cantidad de películas que se han hecho en este período, podríamos considerar que es injusto el puesto cuadragésimo primero que ocupa en la última votación de 2022 y esta película de Vittorio De Sica podría estar en un top-20.
Es una película tan bien explicada que permite hacerse una idea muy precisa de cómo era aquella Roma de la posguerra y de la angustia que causa en el protagonista que le roben su vehículo de transporte para trabajar, cuya necesidad es tan grande que su mujer ha empeñado la ropa de cama para poder desempeñar la bicicleta. Antonio Ricci necesita la bicicleta para trasladarse con rapidez de una calle a otra e ir pegando carteles promocionales de Gilda. Una vez le han robado la bicicleta, primero la intentará identificar con unos amigos y familiares en un mercado en que se trafica con objetos robados. Luego iniciará un búsqueda marcada por la desesperación, como cuando una repentina lluvia le deja solo en medio de la calle con una gran sensación de desamparo. Logrará localizar al ladrón y le hostigará hasta llegar a su casa, pero la escasa predisposición de las autoridades para ayudarlo, y la cerrada defensa que los vecinos hacen del chaval que ha robado la bicicleta, frustran cualquier intento de localizarla. En su desesperación, llegará a ir a una tarotista cuando al principio de la película ha criticado a su mujer por acudir a esos servicios. Y, finalmente, intentará robar una bicicleta con un resultado desastroso siendo detenido, y casi linchado, por un montón de gente que responden a la llamada de auxilio del propietario del vehículo.
Obra cumbre del neorrealismo italiano, vemos una descripción de la miseria de la época tanto en la casa de los protagonistas o del ladrón, las primeras escenas en las que un funcionario reparte el poco trabajo disponible a parados apuntados en una lista, la existencia de los comedores sociales o mercados en los que se despiezan los objetos como las bicicletas robadas para sacar provecho económico.
No obstante, también hay una escena en un restaurante donde acude gente de clase media, y en la que Ricci y su hijo Bruno apuran las últimas liras que les quedan. En ese local no hay hambre, los clientes tienen un nivel adquisitivo decente y Bruno intercambiará unas miradas con un niño repipi que maneja bien los cubiertos cuando él no sabe hacerlo.
Durante casi toda la película Bruno acompañará a su padre en la búsqueda de la bicicleta y su relación tendrá altibajos aunque al final, con todo lo vivido, se reforzará el vínculo entre padre e hijo. En un momento de desesperación de Antonio, hará pagar los platos rotos a Bruno con una bofetada que marcará un distanciamiento entre ambos. Pero luego Antonio rectificará, llevará a Bruno al restaurante y el niño se irá identificando con su padre en la adversidad.
En una película tan dura, la presencia del niño dará lugar a un momento de compasión cuando el propietario de la bicicleta que Antonio intenta robar, al ver al niño y enternecerse por la situación de padre e hijo, no denunciará el robo y permitirá que, cogidos de la mano, Antonio y Bruno retornen a la incierta lucha diaria por sobrevivir.
Rodada de manera austera, con gran naturalidad, sin artificios ni adornos, El ladrón de bicicletas te conmueve en los más profundo del alma.
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