No hay duda que Caballero sin espada es una de las mejores películas de Frank Capra y hecha en el que podríamos decir era su momento más dulce, antes de la II Guerra Mundial.
James Stewart es Jefferson Smith ( nombre que combina el apellido de uno de los primeros presidentes americanos y un apellido de los más comunes en el mundo anglosajón) , y es un joven idealista convencido de las bondades de los principios políticos y morales que los padres de la patria americana expresaron en su declaración de derechos y Constitución de la nación a finales del siglo XVIII, Sin ninguna experiencia política, es designado senador de un estado por su gobernador que busca a alguien manejable, una marioneta que no se entere de los entresijos de la política en Washington.
Es encomiable como, nada más llegar a Washington, pasea por el Capitolio viendo con adoración las estatuas de los padres de la patria y queda embelesado ante la figura de Lincoln en su Memorial y sus palabras esculpidas en piedra. Me viene una imagen por contraste y es la de los partidarios de Trump el día de Reyes de 2020 entrando en ese mismo recinto en una acción de fuerza y causando algunos muertes en un intento sui generis de golpe de estado. De idealizar la democracia a destruir la democracia.
Smith presenta un proyecto para construir un campo de trabajo juvenil, en el que confraternicen jóvenes de diferentes estado. Es un proyecto de ley inocuo que los manipuladores del joven senador acogen en principio con indiferencia pero que, más tarde, al conocer el emplazamiento querrán evitar a toda costa ya que en esos terrenos quieren construir una presa. Y hay fuertes intereses especulativos en juego ya que algunos piensan obtener grandes ganancias con esa construcción.
A partir de ese momento, el establishment político irá a por él, con las peores intenciones que uno pueda imaginar y sin ninguna piedad. Y será el senador Josep ( interpretado por el enorme Claude Rains ) quien pondrá más ahínco en su destrucción, cosa particularmente desconcertante para el joven ya que Josep había sido el mejor amigo de su padre, y era un joven idealista y de buenos principios al que luego sabemos que se le puso en la tesitura de dejar la política o doblegarse ante los poderosos y escogió la segunda opción.
Acorralado por las mentiras que se han dicho sobre que él tenía intereses en los terrenos en los que se preveía construir el campamento, así como que iba a quedarse con donaciones que los chicos habían empezado a aportar, será prácticamente destituido por el Comité de incompatibilidades del Senado. Pero mientras sea senador, aún puede hacer una cosa y es utilizar la palabra y aprovechar que ningún senador puede ser privado de la palabra mientras está en uso de ella y no ha acabado su intervención. Con los ánimos que le da Clarissa, una asistente que le habían adjudicado a su llegada a Washington y que le tenía por bobalicón pero se convierte en admiradora de la voluntad, nobleza y tesón de Smith; el joven senador protagonizará una maratoniana intervención desenmascarando a Josep y su camarilla que se extenderá horas y horas hasta caer desfallecido. Mientras tanto, en el exterior la prensa manipulada se encarga de destrozar su imagen mientras movimientos de base popular, y parte de prensa libre como la que lleva a cabo un amigo de Clarissa interpretado por Thomas Mitchell, logran defender a Smith y polarizar la nación en torno a su figura.
A pesar de sus esfuerzos, Smith es un hombre derrotado cuando desfallece y pierde su turno de palabra. Entonces, el senador Josep expía sus culpas y reconoce que todo lo que ha dicho el senador Smith es verdad. Parece como si el personaje de Claude Rains saliera en ese momento del lado oscuro de la fuerza y, a lo Darth Vader, reconociera su villanía cuando una figura casi filial para él está a punto de quedar destruida. Un cambio de actitud tan radical en Josep podría parecer inexplicable pero Capra va dando pistas, a lo largo de la película, de la mala conciencia que tiene el personaje y el talento de Rains es perfecto para reflejar la lucha interior del personaje,
Solo con el talento de Capra se puede contar todo esto en dos horas de vertiginosa acción y dirigir la interpretación de James Stewart que contagia emoción a lo largo de todo el film pero, especialmente, en ese maratoniano discurso en el que además no puede estar sentado mientras tenga el uso de la palabra. Su rostro desencajado representa la resistencia de la decencia frente a los senadores corruptos.
A pesar del happy end milagroso de la película, como ocurre en otras de Capra, no creo que fuera ningún ingenuo. La película es dura en el sentido de demostrar el funcionamiento de la democracia y el peligro de estar sometida a intereses económicos que también controlan la prensa. En todo caso, sí me parece que Capra era, al menos en los años treinta, una persona conocedora de esa realidad pero optimista. No creo que pueda hacerse la película así sin ser optimista. Tampoco podemos saber qué evolución hubiera tenido el cine de Capra ya que prácticamente no hizo películas de contenido político tras la II Guerra Mundial. El fracaso en taquilla de Qué bello es vivir supuso que ya hiciera pocas películas y me temo tampoco las que quería hacer.
Otra cosa que me ha recordado viendo la película es al mismo actor, Stewart, hablando también de los principios democráticos del país pero unos 25 años más tarde, cuando interpreta al senador Ransom Stoddard en El hombre que mató a Liberty Valance. También Stoddard es un animoso e idealista joven al principio de la película pero, cuando explica a sus alumnos esos principios sobre la igualdad de los hombres en que se basa la nación americana, no podrá sino decir con amargura que no solo su alumno Woody Strode lo ha olvidado en su voluntarioso estudio sino que mucha gente lo olvida.
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