La bataille de l’Occident, es el libro, breve como casi todos los suyos, que Eric Vuillard dedica a la I Guerra Mundial.
A principio, Vuillard explica que había un clima prebélico que presagiaba el desastre que fue la guerra. Se elaboró, por parte de Schlieffen, un plan militar que suponía una guerra relámpago para llegar y ocupar París. Y casi sale bien.
A partir del asesinato en Sarajevo del heredero a la corona austrohúngara, ocurrido el 28 de junio de 1914, parece muy infantil lo que viene después, declaraciones de guerra cruzadas, una a una durante varios días, hasta que se configura que Austria y Alemania lucharán contra Francia, Reino Unido y Rusia. En noviembre de 1914, Turquía se une a las potencias centrales mientras que Italia, con ganas de guerrear, pero sin saber muy bien contra quien, se acaba uniendo a la Triple Alianza en 1915.
Vuillard se entretiene especialmente en esas primeras semanas de guerra. Los alemanes piden permiso a Bélgica para pasar sus tropas y, ante la negativa belga, violan la neutralidad de ese país, invadiéndolo para lanzarse después contra el norte de Francia. Los alemanes parecen imparables, pero los franceses logran detenerlos en el Marne y empieza la guerra de trincheras. Vuillard alterna una narración épica de esos primeros esfuerzos por parar a los alemanes, citando el conocido caso de los taxis de París llevando soldados al frente, junto a pequeñas historias como pueden ser lo que imagina a través de fotografías de la época.
El autor refleja la sinrazón del conflicto, citando por ejemplo la batalla del Somme, cuatro meses luchando, centenares de miles de muertos y un frente que se movió tan solo 12 kilómetros al final de la batalla. Una situación que contrasta con una frase que encabeza el libro, del káiser Guillermo II, dicha en el momento del inicio del conflicto, cuando dijo que la guerra sería jovial y alegre.
El último capítulo, que lleva por título Las facturas, lo dedica al banquero estadounidense John Pierpont Morgan, un todopoderoso hombre que fue el gran financiador de la Triple Alianza, responsable de que se pudiera comprar todo el material que se convirtió en fúsiles, ametralladoras, bombas, etc. Después de la guerra, también intervino en préstamos a Alemania para que la nación derrotada pagara las reparaciones de guerra.
Siempre hay gente dispuesta a financiar guerras. Tras el final de la I Guerra Mundial tan solo pasan 21 años hasta el inicio de la segunda. La incógnita ahora es cuando volverá a prenderse la mecha en Gaza, para responder las expectativas tanto de la gente que ha financiado ahora la guerra, como las necesidades que pueda tener Netanyahu o los intereses siempre turbios de Hamás.
Mientras tanto, la industria armamentística sigue entretenida con la guerra entre Rusia y Ucrania. Y también disfrutando del rearme europeo, que no tiene marcha atrás como demuestra el embargo fake que ha montado Sánchez contra las importaciones que vengan de Israel. Como he leído hoy, se ha aprobado una ley que es una auténtica tomadura de pelo, un embargo que no lo es tal si se lee con integridad la ley y es que, sin el material que se compra a Israel, el ejército español tendría grandes dificultades para ser operativo.
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