Ha sido muy oportuno el
estreno de Gigante, la obra de Mark Rosenblatt que recrea un episodio de
la vida del escritor Roald Dahl. En 1983, mientras prepara un nuevo libro, se produce
una polémica por un artículo suyo en el que critica la intervención de Israel
en el Líbano, llegando a dudar de si ha de existir el estado hebreo. Alarmados
por una polémica que puede ir en detrimento de la venta de sus libros, su
editor británico y su mujer, junto a la recién llegada desde Estados Unidos
editora del mercado americano, le intentan convencer de que pida disculpas.
En realidad, la editora americana
no es un personaje real pero, al ser judía, hace que mantenga la confrontación dialéctica
más fuerte con Dahl. Su editor británico, este sí personaje real, también era
judío, pero había llegado de pequeño al Reino Unido escapando del nazismo desde
la Europa continental. Eran amigos y la tensión con Dahl es menos fuerte, no
practicaba la religión hebrea, pero también se siente interpelado por su condición
de judío y el conflicto que se ha creado en torno a las pretendidas disculpas, con
la enconada postura entre Dahl y la mujer americana.
Dahl, como ahora hemos visto
recientemente en Gaza, tenía derecho como mínimo a dudar de si Israel tenía derecho
a existir, tras arrebatar sus tierras al pueblo palestino y reprimirlo en el Líbano
con una dureza, si no tan intensa como recientemente en Gaza, sí muy brutal y al margen del
Derecho Internacional. Como ahora, está la cuestión controvertida de si atacar
a los dirigentes del estado israelí convierte a alguien en antisemita, así como
los límites de ese estado en el derecho a defenderse.
El personaje de Dahl es
complejo. Por un lado, es verdad que se horroriza ante los crímenes en el Líbano
y su postura es defendible desde un punto de vista ético y político, pero
también es cierto que se destila en su actitud a lo largo de la obra un antisemitismo,
por supuesto no al punto de justificar ninguna acción violenta contra los
judíos o un holocausto, en el que se advierte algo que va más allá de la
antipatía.
De manera un tanto sorprendente,
y sin que se sepa muy bien qué valor puede tener, las disculpas fueron dadas en
nombre de él por parte de sus familiares cuando Dahl ya había fallecido.
Josep Maria Pou da vida a Dahl
de forma soberbia. Dahl es mordaz, caprichoso, a menudo maleducado e
impertinente, siendo la editora americana quien recibe el grueso de sus
desplantes y venenosa verborrea, pero también es lúcido y coherente abordando
la tragedia humanitaria que causó aquella acción militar en que, una vez más,
Israel abusó de su gran superioridad militar. No le importa que las ventas de sus libros bajen, o incluso que desaparezcan de algunas librerías, si a cambió de ello no puede expresar libremente lo que piensa sobre esa acción israelí en Líbano.
Pou llena el escenario, no por
su apariencia física que también, sino por su absoluto dominio de la escena. No
obstante, le dan la réplica con mucha solvencia Victoria Pagés, Pep Planes y
Aida Llop.
Muy buen espectáculo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.