La
dupla Elio Petri-Gian Maria Volonté volvió en 1971, al año siguiente de
haber hecho Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha, con
una película de fuerte carga política titulada La clase obrera va al paraíso.
Lulú
Massa es un obrero entusiasta con su trabajo de operario, pensando en cómo
producir más y mejor. Trabaja en una fábrica y vive con una mujer y el hijo de
esta, mientras que su hijo biológico vive con su madre y otro operario de la
fábrica tras la separación de sus progenitores. Su vida personal se resiente de
su entrega total al trabajo, siempre pensando en cómo mejorar la producción siendo
un trabajador modelo para la patronal.
Un
día, todo empieza a cambiar cuando, tras un accidente laboral, pierde el dedo
de una mano. Eso hará que, junto a un grupo de compañeros de trabajo, inicie
una serie de acciones de protesta, sumiéndose en una crisis personal.
Petri
realiza un filme agobiante en el que nos contagia el nerviosismo en el que vive
el papel interpretado por Volonté. Muestra, a través de su puesta en escena, una
especie de distopía del mundo obrero, con una gran masa de trabajadores alienados,
extrañamente aislados de la realidad que los rodea en sus entradas y salidas de
la fábrica. La entrada de los trabajadores a la fábrica es tumultuosa, grupos
sindicalistas y de estudiantes intentan concienciar a los obreros de sus
derechos y la insania que puede llegar a tener quien entra a trabajar tan pronto que es de noche
y sale de su ocupación laboral cuando ya ha anochecido, sin ver la luz del sol. Una vez llegan a la
fábrica, por megafonía se les da la bienvenida y se les educa en el buen manejo
de las máquinas. En este ambiente, ruidosamente machacón y aun más inhumano que
la cadena de montaje de Tiempos modernos, Lulú Massa está obcecado por
el ritmo de producción. La presencia de la patronal es discreta, hay algunos controladores,
pero, además de Massa, los protagonistas son los propios obreros, su escasa predisposición
a defender sus derechos y las presiones que reciben, al entrar y salir de la
fábrica, por parte de unos pocos sindicalistas y estudiantes.
La patronal sale poco porque, de hecho, Petri se centra sobre todo en criticar al mundo obrero. Fuera de la
fábrica, solo vemos a Massa haciendo una incómoda vida de familia con su pareja,
hablando de futbol con el hijo de esta (sabemos que es seguidor del AC Milan
por unos banderines colgados en la pared) y viendo la televisión. Su manera de
entender las relaciones personales no es mejor que las laborales. Atraído por
una compañera de trabajo que es virgen, tiene un encuentro sexual con ella torpe
y poco delicado que lleva a cabo en el interior de su coche, un modelo Fiat 850.
De
la crisis del personaje y la agitación que provoca su accidente, que le
reconcilia con muchos de sus compañeros, no saldrá nada positivo. A pesar de
todo, al final de la película, como en un bucle, se producirá una entrada en la
fábrica como otras que hemos visto, con algunos hombres con megáfono pregonando
unos derechos, mientras la masa de obreros entra disciplinadamente y suena la repetitiva
banda sonora de Morricone con unos sonidos de tipo metálico. Ya en el interior
de la fábrica, Massa, de manera parecida en su ánimo al inicio de la película, así como sus compañeros, seguirán con la cadena de producción.
Es
una película áspera, dirigida con mucha personalidad por Petri, con una interpretación
brutal de Volonté, agitado e inquieto toda la película, mentalmente ofuscado
como para poder ver nada en perspectiva.
Aunque
el tipo de obrero que sale en la película es de difícil localización hoy, lo
que no pierde actualidad es la alienación que sufren las clases trabajadoras
más desfavorecidas y mostrarla es uno de los ejes de una película que, por
tanto, no pierde actualidad y resulta de mucho interés.
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