A pesar de que lleva ya unas
semanas en la cartelera, buena entrada en el cinema Catalunya de Terrassa para
ver Casa en flames, dirigida por Dani de la Orden. Parece que ha sido
una película revelación, con buena acogida también fuera de Catalunya siendo
imprescindible que, en el resto del Estado, se respete la versión original del
filme. Aunque mayoritariamente hablada en catalán, el uso del castellano por
dos de los personajes y parcialmente por otros hace que sea un filme bilingüe.
Tras descubrir el cadáver de su
madre en un piso de la calle Muntaner, Montse no renunciará a pasar un fin de semana
en Cadaqués y partirá hacia la Costa Brava con su hijo y la novia de éste. Allí
se reencontrará también con su hija, el marido de ésta y sus dos nietas, de
corta edad. El objetivo de la visita es atender a unos compradores de la casa familiar,
un espléndido chalé con piscinas y vistas al mar, que Montse quiere vender para
atender los cuidados que requiere su madre ingresándola en una residencia y, además de
recibir a los posibles compradores, pretende ir desmontando la casa e ir
recogiendo pertinencias. Se añade al encuentro familiar su exmarido, que va
acompañado de su novia, su antigua psicoterapeuta que perdió a un cliente, pero
ganó un novio. Pronto sabremos que el exmarido tiene intereses espurios para no
vender la casa que, en realidad, está a su nombre, cosa que Montse no sabe, o
al menos eso parece antes desenlace del filme.
Las relaciones entre Montse, su
exmarido y sus hijos están presididas por traiciones, incomprensión, egoísmo y
recriminaciones, resultando de ello una incomunicación entre sus miembros,
insatisfacciones y, sobre todo por lo que se refiere a la protagonista,
soledad. Las novias del exmarido e hijo contribuyen a dar más mal rollo, pues
la primera propone un juego tipo de psicología que ayuda a aflorar las
tensiones entres los personajes y la segunda comienza a cansarse durante el fin
de semana del comportamiento inestable y un punto infantil del hijo de Montse.
Por otro lado, el matrimonio de la hija hace aguas y tiene un amante italiano.
Conforman, pues, un cuadro desolador en el que nadie parece ser razonablemente
feliz.
Un acierto de la película es
que, ante una situación que es un drama, ya que empieza por el macabro hecho de
abandonar un cadáver que finalmente descubren los vecinos al cabo de dos o tres
días, hay una parte de comedia que funciona muy bien dando lugar a momentos
divertidos mientras se muestran las diferencias entre los protagonistas de la
película. Además, combina bien el hecho que, ante un guion que en la última
parte da pie a un escenario teatral, sí aprovecha lo que puede ofrecer el cine
en el uso de más recursos narrativos en una escena en la que, ante un momento
de tensión entre el hijo y la novia, se tiran en paracaídas; o la accidental
desaparición de las dos niñas filmada en una cala, con la reacción angustiosa
de su madre que se tira al mar y como luego son felizmente encontradas en un
episodio que después sabremos responde a una manipulación de Montse.
Otro activo del filme es la
labor interpretativa de los actores, todos muy buenos, destacando Emma Vilarasau
aportando profundidad y matices como protagonista; pero la verdad es que todos
lo hacen muy bien, tanto los catalanes María Rodríguez Soto, Enric Auquer, Clara
Segura y José Pérez Ocaña, como los madrileños Alberto Sanjuan y Macarena García.
La película está dirigida de
forma fluida, muy entretenida en todo momento e invitando a la reflexión. Supongo
que ha sido un éxito porque es fácil que la mayoría del público empatice con
alguno de los personajes. Sería difícil encontrar a alguien que no tenga
reproches a efectuar a sus seres más allegados o que no vea reflejadas en sí
mismo muchas de las debilidades de los personajes. Sobresale en la película el
personaje de Vilarasau, y no habrá pocas madres que se identificaran con ese
papel de madre abnegada, que no se siente correspondida y que vive en una
incómoda soledad, al margen que el personaje es ambiguo en su exhibición de
virtudes y defectos.
El final es un no final. Como
si fuera el escenario de un teatro, los personajes van abandonando la casa tras
momentos de gran tensión y se queda sola Vilarasau produciéndose de manera
accidental un incendio. Sus hijos y exmarido regresan para, aunque abrazados,
ver impotentes como se quema la casa familiar en la que pasaron muchos veranos.
Parece que hay receptividad al contacto físico que propone Vilarasau a sus
hijos mientras contemplan el fuego, y al que se suma incluso el exmarido, pero, como dice Joan Crawford en Johnny
Guitar, cuando un fuego se apaga solo quedan las cenizas. No es posible
hablar de final feliz, ni medio feliz.
Muy buena película.
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