lunes, 22 de abril de 2024

CONTRATÉ UN ASESINO A SUELDO

 

En 1990 Aki Kaurismaki cambió los escenarios de Helsinki por los de Londres para rodar Contraté un asesino a sueldo, si bien no busco las calles londinenses más famosas y con más glamour sino que rodó en escenarios urbanos más bien cutres, sucios y decadentes, siguiendo la misma tónica de paisajes urbanos de la capital finesa.

Kaurismaki nos regala en esta película una comedia, con tintes negros y absurdos. Un ciudadano francés (Henri) residente en Londres vive una aburrida y aislada vida como oficinista hasta que es despedido. Entonces, carente de objetivos vitales, decide suicidarse pero sus intentos son chapuceros, intenta ahorcarse pero no sabe hacerlo provocando un estropicio y no le sale bien hacerlo con gas debido a una huelga de la compañía que corta el suministro. Entonces decide contratar un asesino a sueldo para que le mate, entregándole al hampón de turno su propia foto con la dirección en la que vive, además del dinero por el servicio. Pero, inmediatamente, en un pub conoce a una vendedora de rosas (Margaret) con la que tiene un flechazo instantáneo y rodado de manera fulminante por Kaurismaki. El protagonista, que ha encontrado por primera vez el amor en su vida, ya no quiere morir, pero la maquinaria se ha puesto en marcha y no se puede parar. A partir de entonces, será perseguido por un sicario subcontratista del hampón que tiene un cáncer terminal, mientras hace planes para huir con su novia hasta llegar el desenlace, optimista como casi siempre en sus películas. Antes se producen situaciones absurdas como un atraco a una joyería en el que Henri participa solo con la mirada, pero pasa a ser sospechoso publicándose una foto suya en los periódicos con gafas de sol sacada con la cámara de videovigilancia. Siempre hay sentido del humor en las películas de Kaurismaki, pero ésta es la que he visto más volcada a expresarlo de manera más explícita, exceptuando Lenigrand cowboys go America que vi hace mucho tiempo. 

La elección de Jean Pierre Leaud como protagonista es muy acertada. Siendo un actor bastante malo, su inexpresividad le va bien al cine de Kaurismaki, que busca expresamente mostrar esos personajes a los que les cuesta exteriorizar sus sentimientos y, además, aquí incluso le da un toque humorístico.

El director finés vuelva a mostrar un mundo de personajes cercados a la marginalidad, gente desarraigada como expresa Margaret cuando, en un momento en que hacen planes para huir de Londres, dice que la clase obrera no tiene patria. La pareja protagonista, buscando refugio del asesino, lo encuentra en un hotel destartalado con un recepcionista siniestro, o en un cochambroso bar donde Henri trabaja un tiempo de cocinero y vemos como pone a la parrilla una mugrienta hamburguesa. Pero incluso el sicario es un hombre cque se mueve en la precariedad, con cargas familiares, problemas para pagar facturas, una hija a la que mantener y, al final, da muestras de humanidad en su comportamiento.

La libertad con la que rueda el director finés es absoluta. Sin que venga a cuenta, interrumpe un momento la película para que, en un bar en el que entra un momento el protagonista, Joe Strummer interprete una canción. Además del cameo de Strummer, la banda sonora incluye blues, rock y su siempre admirado Carlos Gardel, cantando aquí Mi Buenos Aires querido.

Su estilo seco, cortante, minimalista, con elipsis y con pocos diálogos hacen que casi se pueda ver como una película muda, tal es la fuerza de las imágenes con las que Kaurismaki cuenta una historia sencilla pero llena de humanidad.

Otra convincente, entretenida y divertida película del director finés.

 

 

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