miércoles, 27 de marzo de 2024

VENÇUDA PERÒ NO SUBMISA

 

Vençuda però no submisa: la Catalunya del segle XVIII es un libro del historiador Joaquim Albareda que, fiel a su título, explica que a lo largo del siglo hubo una contestación al absolutismo borbónico y una reivindicación de las instituciones derogadas con el Decreto de Nueva Planta de 1716.

La parte que me ha parecido más entretenida es la dedicada a las cuestiones económicas. Frente a otros historiadores que han alabado la introducción del catastro como elemento modernizador y han fundamentado que fue un elemento importante en el despegue económico de Catalunya, Albareda sostiene que fue un instrumento para elevar la presión fiscal, sin otros efectos positivos más que los recaudatorios para la monarquía y sumamente impopular a lo largo de todo el siglo.

Albareda explica que las bases económicas para el despegue ya estaban desarrolladas a finales del siglo XVII. Sí resultó beneficioso para el país, tras la capitulación en 1714, el hecho que se eliminaran las aduanas interiores con el resto de las zonas peninsulares de la monarquía borbónica, así como que se recibieran encargos para aprovisionar el ejército y se abriera el mercado con América al romperse el monopolio que tenía el puerto de Cádiz. Estos factores, junto con el mantenimiento del derecho civil propio y la utilización de la enfiteusis como derecho real en tierras cultivables, posibilitó el crecimiento económico que se concretó en la exportación de vino y aguardientes a Europa, productos textiles al resto de la península y, más tarde, la trata de esclavos en el continente americano. Albareda reconoce estos aspectos positivos, pero se resiste a asociar de manera indubitada que la monarquía borbónica fuera el factor clave del despegue económico.

Me ha resultado más farragosa la parte dedicada a la contestación política que se da en el marco de un régimen corrupto, como cabe suponer también se daba en otras zonas del reino, formulándose quejas contra regidores y corregidores por sus decisiones arbitrarias, así como contra las levas militares. Albareda documenta ampliamente, dedicando la mayor parte del libro, las protestas y conflictos que entiendo parten de unas circunstancias lógicas después de un conflicto bélico largo que acabó en 1714: mientras la gente de Catalunya piensa en las instituciones propias eliminadas por el Decreto de Nueva Planta y desea su restitución, los otros nunca dejan de desconfiar del pueblo catalán. Asimismo, hay elaboración de memoriales y proyectos de reforma, primero por parte de felipistas y luego más tarde intentando aprovechar el período supuestamente reformista de Carlos III que, en general, tienen poco recorrido, pero es otra muestra, más suave en las formas, de la disidencia política.

También se refiere a los austriacistas que, refugiados en Viena, siempre esperan un cambio en la situación que revierta la situación creada tras la toma de Barcelona en 1714, pero el paso del tiempo se encarga de acabar con ese grupo que ya ve menguar sus esperanzas con la paz firmada en 1725 entre Felipe V y Carlos VI.

En el terreno lingüístico, coincide con lo que había leído de Joan Lluís Marfany en que se va desarrollando una diglosia, que ya proviene del siglo XVI, y que se acelera en el siglo XVIII por parte de las clases altas y la burguesía comercial que van adoptando el castellano, si bien tampoco nunca abandonan del todo el catalán y, respecto a las clases populares, el castellano tuvo escasa penetración durante el siglo XVIII.

En cambio, sí discrepa de Marfany cuando cita que este historiador se planteaba qué cambios significativos había notado el pagés sometido a exacciones feudales o, en general, todas las clases subalternas con el nuevo régimen borbónico en comparación con los Austrias. Albareda mantiene que el cambio es negativo, que hay una percepción clara de ello y tiene que ver con una continuidad en las protestas y disidencia de una parte significativa de la sociedad catalana.

Al final, si Albareda sostiene que el siglo no fue tranquilo y Catalunya no estuvo sumisa me parece que hay que darle todo el crédito, al margen de discrepancias históricas que puedan tener los expertos en la materia en muchas cuestiones de la evolución social, política y económica. Hemos visto en tiempos muy recientes la predisposición del país a armar bullangas, frecuentemente de manera irreflexiva, y si el siglo XVIII hubiera sido tranquilo tal vez se trataría de una excepción. 

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