Vençuda però no submisa: la
Catalunya del segle XVIII es un libro del historiador Joaquim Albareda que,
fiel a su título, explica que a lo largo del siglo hubo una contestación al
absolutismo borbónico y una reivindicación de las instituciones derogadas con
el Decreto de Nueva Planta de 1716.
La parte que me ha parecido más
entretenida es la dedicada a las cuestiones económicas. Frente a otros
historiadores que han alabado la introducción del catastro como elemento
modernizador y han fundamentado que fue un elemento importante en el despegue económico
de Catalunya, Albareda sostiene que fue un instrumento para elevar la presión
fiscal, sin otros efectos positivos más que los recaudatorios para la monarquía
y sumamente impopular a lo largo de todo el siglo.
Albareda explica que las bases
económicas para el despegue ya estaban desarrolladas a finales del siglo XVII.
Sí resultó beneficioso para el país, tras la capitulación en 1714, el hecho que
se eliminaran las aduanas interiores con el resto de las zonas peninsulares de
la monarquía borbónica, así como que se recibieran encargos para aprovisionar
el ejército y se abriera el mercado con América al romperse el monopolio que
tenía el puerto de Cádiz. Estos factores, junto con el mantenimiento del
derecho civil propio y la utilización de la enfiteusis como derecho real en
tierras cultivables, posibilitó el crecimiento económico que se concretó en la
exportación de vino y aguardientes a Europa, productos textiles al resto de la
península y, más tarde, la trata de esclavos en el continente americano. Albareda
reconoce estos aspectos positivos, pero se resiste a asociar de manera
indubitada que la monarquía borbónica fuera el factor clave del despegue
económico.
Me ha resultado más farragosa
la parte dedicada a la contestación política que se da en el marco de un régimen
corrupto, como cabe suponer también se daba en otras zonas del reino, formulándose
quejas contra regidores y corregidores por sus decisiones arbitrarias, así como
contra las levas militares. Albareda documenta ampliamente, dedicando la mayor
parte del libro, las protestas y conflictos que entiendo parten de unas
circunstancias lógicas después de un conflicto bélico largo que acabó en 1714:
mientras la gente de Catalunya piensa en las instituciones propias eliminadas por
el Decreto de Nueva Planta y desea su restitución, los otros nunca dejan de
desconfiar del pueblo catalán. Asimismo, hay elaboración de memoriales y proyectos
de reforma, primero por parte de felipistas y luego más tarde intentando aprovechar
el período supuestamente reformista de Carlos III que, en general, tienen poco
recorrido, pero es otra muestra, más suave en las formas, de la disidencia
política.
También se refiere a los
austriacistas que, refugiados en Viena, siempre esperan un cambio en la
situación que revierta la situación creada tras la toma de Barcelona en 1714, pero
el paso del tiempo se encarga de acabar con ese grupo que ya ve menguar sus
esperanzas con la paz firmada en 1725 entre Felipe V y Carlos VI.
En el terreno lingüístico,
coincide con lo que había leído de Joan Lluís Marfany en que se va desarrollando
una diglosia, que ya proviene del siglo XVI, y que se acelera en el siglo XVIII
por parte de las clases altas y la burguesía comercial que van adoptando el castellano,
si bien tampoco nunca abandonan del todo el catalán y, respecto a las clases
populares, el castellano tuvo escasa penetración durante el siglo XVIII.
En cambio, sí discrepa de
Marfany cuando cita que este historiador se planteaba qué cambios
significativos había notado el pagés sometido a exacciones feudales o, en
general, todas las clases subalternas con el nuevo régimen borbónico en
comparación con los Austrias. Albareda mantiene que el cambio es negativo, que
hay una percepción clara de ello y tiene que ver con una continuidad en las protestas
y disidencia de una parte significativa de la sociedad catalana.
Al final, si Albareda sostiene
que el siglo no fue tranquilo y Catalunya no estuvo sumisa me parece que hay
que darle todo el crédito, al margen de discrepancias históricas que puedan
tener los expertos en la materia en muchas cuestiones de la evolución social,
política y económica. Hemos visto en tiempos muy recientes la predisposición
del país a armar bullangas, frecuentemente de manera irreflexiva, y si el siglo
XVIII hubiera sido tranquilo tal vez se trataría de una excepción.
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