El autoestopista (1953)
es una película de serie B, dirigida por Ida Lupino, basada en hechos reales y
que tiene un inicio fulgurante, en la línea de la obra maestra en que intervino
Lupino como actriz unos trece años antes cuando protagonizó, junto a Bogart,
El último refugio.
A través de las piernas de un
hombre, y los bajos de unos vehículos, vemos en dos secuencias rápidas unas
muertes violentas, junto a una carretera, por acción de un hombre que hacía autostop.
Y los titulares de los periódicos nos informan que un peligroso criminal,
extremadamente cruel y sanguinario, se ha evadido de una prisión. Dicho
individuo interceptará a una pareja de amigos que han decidido ir a divertirse
un fin de semana y los secuestrará, obligándoles a cruzar la frontera con
México, adentrase en una zona desértica, hasta llegar a un pueblo en el que quiere encontrar
refugio.
Señalada como pequeña joya del
cine negro de serie B, es una buena película, pero encuentra su limitación en
que, a partir del secuestro, no hay ningún aliciente más en la película que
esperar a ver cómo se produce el desenlace. Es convincente la crueldad del
criminal, interpretado por William Tallman, y no tanto la pasividad de los
personajes de Edmond O’Brien y Frank Lovejoy que solo intentan huir una vez. Aunque
la película sea corta, unos setenta minutos, el planteamiento del secuestro ya
se ha hecho a los diez minutos de metraje y, aunque hay una buena tensión
esperando cómo quedará reducido el criminal, resulta insuficiente para que
podamos hablar de una gran película.
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