Tarde de teatro en la Villarroel viendo Los finales
felices son para otros, montaje de una compañía argentina que adaptan de
manera libre el Ricardo III de Shakespeare pasando de la Inglaterra medieval
al Buenos Aires actual.
Ricardo es un ser deforme, que renguea de manera muy
ostensible y propietario, junto a sus dos hermanos, de un taller. La hija del
antiguo propietario del taller, que ha hecho fortuna en España, vuelve para
comprarlo y aflora el recuerdo de su padre que se ahorcó allí en una de les enésimas
crisis económicas del país, siendo el cadáver descubierto por Ricardo cuando
aún era niño. La aparición del dinero fresco que trae la compraventa, los deseos
de Ricardo de deshacerse de sus dos hermanos y la alianza que establece con un
corrupto inspector de policía precipitarán los hechos dramáticos.
Ricardo es un ser perverso y cruel pero, como en la obra de
Shakespeare, también inteligente, ambicioso, manipulador y persuasivo. Despreciado
por sus dos hermanos que se burlan de su deformidad y le han humillado de manera
inmisericorde desde la infancia, urde el plan criminal. Los hermanos son
retratados como unos auténticos botarates, inmaduros e irreflexivos mientras el
inspector comparte todas las características de personaje malvado con Ricardo.
Aunque me costó un poco entrar en la historia en el primer
acto, la obra va subiendo de intensidad en el segundo cuando se revelan los
planes criminales de Ricardo que el espectador conoce previamente a su ejecución.
El montaje está muy bien porque hay una gran intensidad dramática y una
sensación que sentimos la violencia muy próxima. Es una de las veces que en un
teatro me ha parecido más violenta una obra.
Todo el elenco está muy bien pero la interpretación de
Ricardo, a cargo del actor Julián Ponce Campos, es especialmente destacable. No
solo por moverse cojo por el escenario toda la obra de acuerdo a las condiciones
físicas del personaje, sino por su gestualidad y el uso de la lengua de forma
provocadora y lasciva, así como la manera de mudar el personaje según su
interlocutor siempre atendiendo a sus perversos intereses, Campos crea un
personaje inquietante y perturbador.
Un buen montaje que hubiera merecido una mayor atención pues
la única grada habilitada estaba medio vacía.
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